lunes, 27 de abril de 2015

Literatura y marimba Guapireñas en la Feria del Libro




Elizabeth Castillo Guzmán
Bogotá, abril 24 de 2015



José Antonio Torres Solís conocido como “Gualajo” es un creador de tradiciones de  marimba y uno de los mayores intérpretes del piano de la selva que actualmente tenemos en Colombia. Su majestuosa originalidad y fervor como músico durante siete décadas, le hizo merecedor en el año 2013 del Premio Nacional Vida y Obra que el Ministerio de Cultura concede a quienes con su trabajo tesonero honran el campo de las expresiones estéticas y artísticas de nuestro país.

Con sus nombres y con su historia se publicó el libro “El Hombre de las Marimbas Encantadas”, de autoría de Alfredo Vanín Romero, y novedad editorial en la Feria Internacional del Libro que transcurre por estos días en Bogotá.

“El Hombre de las Marimbas Encantadas” contiene ciento veintitrés páginas impresas en fino papel y  en una calidad digna de las obras de arte, cuya prosa en la pluma maravillosa de Vanín,  nos  lleva por la biografía de un hombre nacido y labrado en una marimba de chonta, cuya pobreza solo le hizo más altivo y más humano en su paso por el tiempo y en su oficio de hacer música para encantar al mundo.

Cada apartado de este relato biográfico es un trozo de poesía y literatura, que se trenzan y  acompasan con las imágenes entrañables de Gualajo y sus rincones de vida cotidiana. Textos  que constituyen en su conjunto una pieza notable en la cual dos guapireños, músico y escritor cada quien, fundan un compadrazgo de partituras y metáforas sobre ese noble arte de esculpir la memoria cultural del pacífico afrocolombiano.

Vanín dice que el maestro Guajalo es un viajero de las “marimbas pensatónicas”, y de este modo resalta su condición de nómada de los ríos, de perseguidor de los sonidos que sobrevivieron al cambio de siglo, de ser ombligado en tiempos memorables de balsadas, tabaco y puja.

El pez marimbero como lo ha bautizado Vanín, hijo de Rogelia y José, fue parido el último día de 1939 en la vereda de Sansón, municipio de Guapi. A los quince años fabricó su primera marimba para nunca más separarse de sus tacos y sus tablillas, y forjar una trayectoria como creador e intérprete, que le hace dueño de un aplauso perpetuo en  el Festival de Música del Pacífico “Petronio Álvarez” y referente obligado en la historia de este género musical que hoy le da la vuelta al mundo.

“Gualajo” lleva 75 años de alegrías, penas, inspiraciones terrenales y avatares entres sus manos. Sesenta diciembres completa de convivencia con la marimba, en una unión libre e inquebrantable que conoce todos sus secretos, y de vez en cuando los vuelve tonadas y motivos de bambucos viejos, currulaos,  y bundes. Su álbum de recuerdos incluye viajes a varios países de Europa y parte de América Latina con su maleta de composiciones que sabe de memoria, y que él mismo ha enseñado a sus jóvenes discípulos.
 
Con una delicadeza sonora, la escritura del maestro Alfredo Vanín celebra la existencia amorosa de Jose Antonio Torres, y su trasegar como hijo de dos continentes que palpitan en su piel de ébano, sus ecos de infancia en el río y sus arrugas de  felicidad.

Guapi esa tierra de poetas y escritoras de renombre, de artistas y salvaguardas de la palabra, de historias que estremecen los telenoticieros, y abandonos que cuestionan el poder de los poderosos; hoy nos ofrece una razón para enaltecer su existencia grandiosa con las voces de Jose Antonio Torres y Alfredo Vanín, en este concierto de  Marimba y Literatura Afropacífica.

Hay un motivo en la Feria Internacional de Libro para recordar la grandeza que proviene del “litoral recóndito” que sobrevive y se reinventa a espaldas de las montañas del Cauca.


“En su última salida al exterior, al Encuentro Mundial de Marimbistas, en Chiapas, en el año 2012, el maestro Gualajo mostró el esplendor de su sencillez al presentarse con una marimba artesanal que cautivó al público, mientras los representantes de Canadá, Estados Unidos, México y Japón llegaron con marimbas industriales (la de Japón era un instrumento sofisticado, producido por la Yamaha)” Fragmento: Jose Antonio Torres Solís “Gualajo”. El Hombre de las marimbas encantadas, Alfredo Vanín, 2014.


 https://www.youtube.com/watch?v=9EVu2eM_DSM

 http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-3930474

http://www.elespectador.com/impreso/cultura/cultura/articuloimpreso-el-pianista-de-selva





viernes, 10 de abril de 2015

Las literaturas del 9 de abril



“El día del odio” en nuestra literatura

Elizabeth Castillo Guzmán

“Cuando Tránsito estuvo en edad de servir, a los quince años, su madre la condujo a la ciudad para colocarla en alguna casa. No sólo dejaría de ser gravosa para su familia, de labriegos humildes, sino que ayudaría con su salario a reparar las pérdidas que las heladas o el verano causaban en la pequeña sementera de dos hectáreas”  
Este párrafo inaugura la magistral novela “El día del odio” escrita en 1952 por Jose Antonio Osorio Lizarazo, para narrar la génesis de la violencia que tuvo lugar antes del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948. El valor histórico y literario de esta obra reside en que da cuenta de una época signada por el desprecio hacia el pueblo o “chusma” -como se decía entonces para referirse a la gente más humilde- y demuestra que el gaitanismo más que un fenómeno partidista, fungió como ideología entre una muchedumbre sentenciada a la marginalidad perpetua por el sistema de castas imperante en ese entonces. Los gaitanistas eran ese mismo “populacho” descendiente de los soldados de los ejércitos libertadores de Bolívar, que con el paso del tiempo se convirtieron en “el pueblo”.
Tránsito la protagonista de la novela, es una campesina convertida en sirvienta para una familia bogotana en decadencia económica. “Esa india” como se denominaba a la empleada doméstica, debe enfrentar sucesos dramáticos de maltrato por su condición cultural y de clase. Inculpada injustamente como ladrona,  Tránsito es arrojada al agresivo mundo callejero bogotano donde la rabia se domaba con una jerga política que daba esperanza a los más humildes y condenaba a los ricachones. A finales de los años cuarenta en esta ciudad confluían por sus calles adoquinadas los cachacos ilustrados y finamente vestidos, los  campesinos migrantes y de ruana, las mujeres envejecidas en sus pañolones de pobreza y hambre, y las gentes creyentes que rezaban para que el siguiente día hubiera que comer.
 “El Día del Odio” contiene grandes lecciones sobre nuestra historia política y social reciente, pero sobretodo recoge la memoria, la mentalidad y el lenguaje de un tiempo signado por la falsa ilusión de un progreso a usanza europea, que llevó a delinear una reducida nación moderna, de cuyo mapa quedó excluida la mayoría de la población. Los personajes de esta novela y sus historias cruzadas, descubren la condición humana al interior de una sociedad tremendamente desigual, cuya redención idealizada viene de la figura y oratoria castiza de un líder carismático, reconocido como “hijo del pueblo” y apodado “el negro Gaitán”.
Las lecciones del 9 de abril de 1948 requieren muchos días y muchas horas de reflexión, sobre todo si el propósito es comprender para no repetir el oscuro período de violencia e intolerancia política del siglo reciente. La trascendental tarea de enseñar críticamente a las generaciones más jóvenes esta larga travesía, podría lograrse mejor si conocemos a fondo los hechos y no solo la anécdota. Para ello contamos con un patrimonio literario diverso en géneros y estéticas.
Esta literatura de los muchos “día del odio” constituye un variado campo de novelas, cuentos, crónicas periodísticas y obras de teatro. Algunas privilegian la voz de las víctimas, su psicología; otras el perfil de los victimarios, la naturaleza de las múltiples violencias sean estas legales e ilegales, o las formas de resistirlas.   
Cóndores no entierran todos los días (1971) de Gustavo Álvarez Gardeazábal; El Cristo de espaldas (1952) y Siervo sin tierra (1954) de Eduardo Caballero Calderón; El día del odio (1952) de José A. Osorio Lizarazo, La selva y la lluvia (1958) de Arnoldo Palacios;  Viernes 9 (1953) de Ignacio Gómez Dávila, La Calle 10 de Manuel Zapata Olivella (1960), Estaba la pájara pinta sentada en su verde limón (1975) de Alba Lucía Ángel, El cadáver insepulto (2005) de Arturo Alape y  El incendio de abril (2012) de Miguel Torres, son algunas de las más notables piezas de este archivo literario. Ojalá algunas de estas obras sean parte del plan de lectura de nuestras instituciones educativas, pues la tarea consiste en comprender cómo y porqué razones se produjo esta violencia histórica entre nosotros, para vislumbrar el camino de la no repetición.