martes, 5 de septiembre de 2017



El santo oficio de prohibir

Elizabeth Castillo Guzmán

Septiembre de 2017



Hace 28 años Colombia recibió la visita el Papa Juan Pablo II. Su llegada se convirtió en un poderoso calmante espiritual ante las tremendas circunstancias de violencia política que se vivía en muchas regiones y ciudades. Para entonces el Cauca era una región convulsionada por la presencia de guerrillas y grupos armados que le habían convertido en “zona roja”. Campesinos, indígenas y comunidades negras habían comenzado desde décadas anteriores, trascendentales procesos organizativos que reivindicaban el derecho a la tierra, la educación y la cultura, en un departamento con fuertes rasgos de feudalismo.



En el norte del Cauca, el CRIC promovía desde los años setenta la recuperación de las tierras de resguardo y el empoderamiento de las comunidades, por esta razón se convirtió en enemigo de la clase terrateniente y muchos de sus líderes fueron víctimas de persecuciones y asesinatos, como el del  sacerdote Alvaro Ulcué Chocué ocurrido en 1984. El querido Nasa Pal, como se le conocía, lideró junto con los cabildos de Toribio, Tacueyo y San Francisco un importante proceso organizativo, cuyos herederos fueron reconocidos a finales del siglo veinte, como maestros de la sabiduría por parte de la Unesco. Así las cosas, la visita del Papa a Popayán representaba un acontecimiento central en la confrontación de dominio terrateniente que vivían las poblaciones en su relación con la clase política y el orden gubernamental del departamento.



Popayán recién se recuperaba del terrible terremoto de 1983 que dejó trescientos muertos, más de diez mil damnificados y gran parte de su patrimonio colonial destruido. Vino entonces la oportunidad de ser ciudad anfitriona de la visita del máximo jerarca de la iglesia Católica y el 3 de julio de 1986 se vistió con su mejor gala para la peregrinación papal. Dos indígenas, Camilo Chocué y Guillermo Tenorio fueron escogidos por el clero local, para intervenir en la liturgia que tendría lugar hacia el mediodía, en un sitio a campo abierto. Un evento alteró el libreto previsto para la celebración litúrgica. En medio de la celebración, y mientras Tenorio leía el mensaje que los pueblos indígenas habían preparado para denunciar la tremenda situación de abandono y opresión que vivían en la región,  el sacerdote Gregorio Caicedo arrebató el micrófono al indígena porque estaba dando a conocer una versión “no autorizada”, cuyos apartados más fuertes habían sido borrados por el comité encargado de revisar los documentos que se leerían en la vista papal. Juan Pablo II se acercó y abrazó al joven indígena diciéndole que le pediría después que leyera lo que había hecho falta leer de su “carta prohibida”.

 

Tenorio, que en aquel entonces tenía 38 años y había sido formado en el proyecto Nasa de la mano del padre Ulcué, dio a conocer al mundo católico de todos los continentes la reclamación indígena por la larga historia de evangelización y despojo. Tenorio había comenzado su lectura con el siguiente texto:



"América india, de modo especial las comunidades indígenas de Colombia y este pueblo que hoy se ha congregado, se alegra con su presencia y le presenta una calurosa bienvenida al que camina por el mundo con la paz de Cristo, a Su Santidad Juan Pablo II.



Su visita es una voz de aliento. Las comunidades indígenas apreciamos su palabra y su compañía. Ya en México, Ecuador y Perú, ha tenido la oportunidad de conocer la situación de las comunidades indígenas de América y nosotros en Colombia,  al igual que en todo el territorio latinoamericano, queremos que su voz se haga sentir, que su presencia manifiesta claramente su compañía y que sus mensajes lleguen a todos clamando: el respeto por la dignidad de los pueblos, y a solución a las situaciones y necesidades por encima de los intereses económicos.



Dentro de pocos años estaremos celebrando los 500 años de la llegada del conquistador a nuestras tierras. Muchos hechos han pasado y han dejado huellas en el destino de nuestros pueblos; para nosotros los indígenas ha sido un vuelco total en nuestra historia. Cumplimos 500 años de una historia hecha del silencio, del dolor, del desprecio, de la marginación y del martirio desconocido porque es martirio de indio. Contamos con una historia de lucha que ha sido de vida o muerte para nuestra cultura. Muchos hermanos han sucumbido frente a la agresión sin piedad del conquistador y muchos nos hemos mantenido en pie".



Colombia recibe por estos días la primera visita papal en este nuevo siglo. Hemos pasado por trágicos sucesos durante estas últimas décadas. Recién Mocoa quedó arruinada a causa de la desidia gubernamental para esta parte del país. La crudeza de la guerra que recién término, dejó más de ocho  millones de víctimas reconocidas oficialmente, entre quienes se cuentan  familias desplazadas, viudas, huérfanos, secuestrados, familiares de personas asesinadas, desaparecidas y falsos positivos, mujeres, homosexuales y transgeneristas abusados sexualmente,  mutilados por minas antipersonales y torturados.


Con una débil esperanza en el cumplimiento de los acuerdos de La Habana y una paz amenazada por la corrupción y las ideologías de extrema derecha, el país se viste de colores sacros para atender a Francisco I. Villavicencio será el lugar del encuentro del Papa con las víctimas. Ojalá las cartas prohibidas sean cosa del pasado y esta vez las víctimas puedan hablar y denunciar el horror que han vivido, para que los cerca de mil doscientos millones de devotos seguidores de Cristo y su iglesia se comprometan solidariamente con su causa.