A la mamá de Pedro no le gusta
hablar mucho de cuando vivían en Puerto Merizalde y casi siempre dice: “no hay
mal que por bien no venga, vea nosotros salimos corriendo asustados y pensando
que se nos acababa la vida, pero a la larga la vida nos mejoró aquí en Popayán
y ya después de tantos años cuando uno ya ha levanta'o cabeza, ya no mira pa'trás
y agradece a mi Dios por todo lo bueno”.
La familia de Pedro salió
desplazada a comienzos de este sigo debido a las matanzas y presiones que los
grupos armados ejercieron sobre campesinos, indígenas y comunidades
afrocolombianas en esa orilla de mar y montaña que conocemos como la región del
Naya. El padre de Pedro murió en medio del fuego cruzado y no tuvo la
oportunidad de ver crecer a sus hijos menores.
Han pasado quince años desde el
día en que Pedro, su mamá, una tía y dos hermanas llegaron a dormir en un
albergue al sur de la ciudad. Huían de todo lo que les recordaba el horror de
lo vivido, huían de la guerra que sucedía en un país que no sabía que tenía una
guerra. Sus nombres y apellidos se encuentran en las listas de las personas que
figuran como víctimas del desplazamiento forzado en Popayán. También hacen
parte de la base de datos de las familias que lograron una casa con el programa
que el gobierno de Santos puso en marcha.
Pedro es el primero de su familia
extensa, materna y paterna, en llegar a la Universidad, así que es una especie
de símbolo para las varias generaciones de agricultores, pescadores,
campesinos, aserradores de selva y comerciantes de madera que no pudieron
ingresar a la escuela, pero aspiran a que sus hijos si lo hagan.
La familia de Pedro es alegre y
unida y han logrado en esta ciudad hacerse a un lugar. La mamá trabaja como
cocinera en un restaurante muy concurrido en el centro de la ciudad y las
hermanas son vendedoras de verduras y frutas en la galería de la calle 13. La
mayor de ellas tiene 25 años y convive con un paisano de Timba con quien tiene
un hijo de seis años. La otra hermana es la menor, tiene 18 años y estudia
grado noveno en un colegio cerca a su casa en Lomas de Granada.
Cuando llegó
la hora de escoger la carrera que seguiría en la Universidad, la familia
insistió en que lo mejor era estudiar para ser maestro y asegurar de ese modo
un empleo estable. Pedro cursa actualmente quinto semestre en la universidad
pública y a pesar de su entusiasmo por el estudio, pasa muchas dificultades
para solventarse el transporte y los gastos en fotocopias y trabajos escritos.
Hace unos
meses en uno de sus cursos de licenciatura, Pedro tuvo que preparar con dos
compañeros más, una exposición sobre la pedagogía y la educación para la Paz. Investigaron
en internet algunas cosas y se decidieron por una lectura de un autor español
que propone unas estrategias para llevar la educación para la paz al aula. El
esmero del grupo se plasmó en las doce diapositivas sobre las consecuencias de
las dos guerras mundiales en las sociedades europeas y la importancia de hablar
sobre esos sucesos en la escuela para que las nuevas generaciones no repitan
los mismos errores. Los compañeros y los profesores de Pedro no conocen su
historia, en parte porque él siente temor que lo asocien con los grupos
armados.
Labrar la memoria del conflicto colombiano seguramente es
una de las grandes tareas que nos queda en las Universidades del siglo XXI.
Quienes han investigado en este ámbito de la violencia saben muy bien que producir
memoria sobre el dolor de la guerra es una labor de largo plazo. Con el paso
del tiempo es posible superar la emocionalidad traumática de lo vivido y
comprender los eventos. Con el paso de los años todo parece más claro, incluso
para quienes en condición de víctimas viven la doble situación de querer
olvidar y reclamar la verdad.
En regiones como el Cauca tenemos un compromiso
enorme con la producción de la memoria política del conflicto que durante todo
el siglo XX definió la historia de comunidades indígenas, afrodescendientes,
campesinas y de pobladores urbanos. Y en ese sentido, la Universidad puede
promover desde su hacer cotidiano en las aulas lo que el autor catalán Jurgo
Torres (2011) denomina la “justicia curricular”, que no es otra cosa que poner
en el centro de lo que se enseñanza nuestra propia historia social y cultural entendiendo
que, durante mucho tiempo, hemos puesto en el centro de la enseñanza la historia
de otros que consideramos trascendentes e importantes y con de este modo hemos
silenciado conocimientos sobre nuestro devenir. La justicia curricular invita a descolonizar la
memoria colectiva y cosechar la memoria de los pueblos que no han contado su
versión sobre los hechos, este el caso de las comunidades y grupos que durante
cuatro décadas sufrieron y padecieron las múltiples violencias que suscitó el
conflicto por el control territorial en muchas regiones de Colombia, como la tierra de donde viene desplazada la familia de Pedro.
La construcción de la Paz que ahora mismo ocupa al
estado y la sociedad colombiana depende en gran medida de lograr el compromiso
con la verdad, la justicia y la no repetición. Estos ideales se recogen de modo
emblemático en la propuesta de acciones para la dignificación y la reparación
de las víctimas. En la Universidad podemos contribuir de modo muy importante
con este proceso siempre y cuando podamos reconocer las marcas del conflicto en
muchos de los miles de estudiantes que acuden a diario a las Facultades.
La justicia curricular puede ser un buen camino para una sociedad que termina un conflicto violento y da el paso
histórico de perdonar y producir verdad sobre lo sucedido. Se trata de una delicada tarea artesanal que
demanda cientos de horas, mucha sensibilidad hacia el dolor del otro y una gran
empatía moral con las víctimas. Eso es algo que podemos cultivar diaria y
cotidianamente en la Universidad, la que transcurre en las aulas y en los
espacios formativos, en las paredes y en los anuncios institucionales. Es tal
vez un modo concreto de iniciar la educación superior del posconflicto, aceptando que muchas de las víctimas son nuestros compañeros en la cafetería o en el auditorio donde se realizan las grandes conferencias.
Bibliografía
Centro Nacional de Memoria Histórica (2013) ¡Basta
Ya! Colombia: Memoria de guerra y dignidad.
Informe general Grupo de memoria Histórica. Colombia, Bogotá: Imprenta
Nacional.
Torres Santomé J. (2011) La
justicia curricular. El caballo de Troya la cultura escolar. España, Madrid: Ediciones Morata