Las
lecciones de Ana Fabricia
Elizabeth Castillo Guzmán
Popayán, Marzo 5 de 2015
Ana Fabricia Córdoba nació en una época
signada por el latifundio, la intolerancia ideológica y las luchas por la
tierra. Era una mujer afrodescendiente, viuda, desplazada y lideresa, quien
durante sus 52 años de vida conoció y padeció en carne propia todas las violencias
contra los “condenados de la tierra”, como diría Franz Fanón.
De Tibú, norte de Santander, sus padres
salieron corriendo para el Urabá, a causa de las “cruzadas” bipartidistas que durante
los años cincuenta dejaron centenares de muertos y desplazados a lo largo y
ancho de la geografía nacional. Durante su niñez y juventud, Ana Fabricia conoció
la bonanza bananera, la guerrilla y el paramilitarismo. Su familia pagó con
sangre tener un hijo de la Unión Patriótica en su seno.
En 1995, año en el cual se celebró la Conferencia Mundial de la Mujer en Beijing, Ana Fabricia quedó viuda con cinco hijos. Durante seis años soportó la presión de los grupos armados sobre su estirpe, pero al final no pudo más y tuvo que salir corriendo para Medellín a enfrentar la condición de desplazada en la comuna 13. Vivió más de diez éxodos en esta ciudad, yendo de barrio en barrio, buscando donde poder vivir en paz. Comenzando el siglo XXI perdió a sus dos hijos mayores a causa de la delincuencia y la limpieza social que administran la vida de esas calles encumbradas.
A pesar de la terrible carga de oscuridad y dolor sobre sus hombros, de la crudeza de su permanente exilio, Ana Fabricia fue una mujer constructora de paz y una luchadora incansable por los derechos de las víctimas de este conflicto. En el 2008 fundó la organización Líderes Adelante por un Tejido Humano de Paz (Latepaz) y estuvo al frente de grandes batallas para lograr una casa digna para decenas de mujeres y hombres víctimas de desplazamiento forzado. Inició un proceso jurídico para reclamar las tierras, que en varias zonas de Antioquia, habían sido usurpadas a muchas familias campesinas ahora convertidas en los nuevos pobres de la nación. Hizo conocer los abusos de las autoridades policiales, denunció irregularidades en el tratamiento a los desplazados y estuvo presa dos meses en el Buen Pastor, acusada de colaborar con los subversivos.
Ana Fabricia se quedó sin pareja al final de su camino, porque su actitud
denunciante, valiente y decidida hacía de ella una mujer visible y expuesta a
constantes amenazas.
Faltaban tres días para la expedición de la esperada Ley de Víctimas, cuando Ana Fabricia Córdoba fue asesinada en Medellín el 7 de julio de 2011. Su muerte, como en la novela de García Márquez, estaba anunciada, y la sentencia se cumplió a plena luz del día en un bus donde fue víctima de un sicario, que actuó sin vacilaciones ante los ojos de los vecinos y pasajeros del barrio La Cruz. Tres años después en 2014, su hijo Carlos Arturo, quien exigía esclarecer los nombres de los responsables del crimen de su madre, fue asesinado en la misma ciudad.
Se cumplen cuatro años del asesinato de Ana Fabricia y veinte de la Conferencia de Beijing en la cual se acordó que 189 países, entre ellos Colombia, lucharían por la igualdad de género y la plena garantía de los derechos para las mujeres y las niñas.
Diana y Carolina, las dos únicas sobrevivientes de Ana Fabricia están hoy exiliadas y si les alcanzan los días, contarán cuando estén mayores, esta larga historia de ignominia en la cual las mujeres en Colombia han sido triplemente victimizadas, por su condición de género, etnia y clase.
La vida no le alcanzó a Ana Fabricia para recoger la buena cosecha... por eso no la podemos olvidar y su vida deber ser honrada como un acto de reparación y no repetición.
En Buenaventura, Soacha, Montería o los Montes de María, muchas Ana Fabricia entierran a sus muertos, curan las heridas de la guerra, cuidan y cocinan para los dolientes, se hacen cargo de huérfanos y además construyen lecciones de justicia que le vendrían bien a las congresistas y a los políticos que desde la comodidad de Bogotá, deciden la suerte de la guerra o la paz en este país.