De los seis millones de personas en situación de
desplazamiento, más de dos millones son afrodescendientes. La mayoría provienen
del Pacífico y la costa Caribe; y se refugian en ciudades como Bogotá,
Medellín, Cali, Pereira, Manizales y otras intermedias del interior del país.
La guerra en los territorios colectivos de las comunidades negras y el desplazamiento que han vivido sus poblaciones constituyen una de las crisis humanitarias más agudas del continente. Eso no tiene nada de chistoso, ni de risible. Tampoco el hecho que muchas niñas y niños afro deban sufrir las burlas, los apodos y las ridiculizaciones por parte de sus compañeros escolares o sus vecinos, a quienes les parece muy chistoso decirles “choco ramo”, o tocarles la cabeza para comprobar si su pelo se parece a una esponjilla, o saludarlos como “negrito” o “niche” de puro cariño. No eso no tiene nada de chistoso, pues constituye una situación de maltrato y daño moral.
La guerra en los territorios colectivos de las comunidades negras y el desplazamiento que han vivido sus poblaciones constituyen una de las crisis humanitarias más agudas del continente. Eso no tiene nada de chistoso, ni de risible. Tampoco el hecho que muchas niñas y niños afro deban sufrir las burlas, los apodos y las ridiculizaciones por parte de sus compañeros escolares o sus vecinos, a quienes les parece muy chistoso decirles “choco ramo”, o tocarles la cabeza para comprobar si su pelo se parece a una esponjilla, o saludarlos como “negrito” o “niche” de puro cariño. No eso no tiene nada de chistoso, pues constituye una situación de maltrato y daño moral.
Cuando Sábados Felices vió la luz en las pantallas,
nadie hubiera imaginado que hacer humor en medios daría dinero y fama. Eran
otros tiempos y la televisión colombiana se constituía en el principal y casi
único entretenimiento de los pobres. Han pasado cinco décadas desde entonces, y
ahora padecemos un fenómeno de masas que hace reír y produce rating a costa de
atropellar la dignidad de muchas personas cuya identidad sexual, pertenencia
cultural o regional, y condición racial son el lemotiv de intrépidos e
improvisados humoristas criollos.
El “Soldado Micolta” expresa esa vieja y enferma
práctica de estigmatización que aprovecha el racismo para ganar popularidad a
bajo costo. El personaje en cuestión es tremendamente dañino por valerse de un
ultraje histórico que dio muchas ganancias y nos marcó con la falsa idea de la
superioridad racial. “Micolta” revive el ultraje que se justifica en la
inferioridad racial, al encarnar un militar sin rango alguno, poco inteligente,
bastante prosaico en su lenguaje y un triste ejemplo de la obediencia sin
conciencia ¿Alguien querría parecerse al Soldado Micolta?
Algunas personas han expresado su rechazo a la
solicitud de organizaciones y activistas afrocolombianos de retirar el Soldado
Micolta de las rutinas de humor del programa sabatino que más “une a los
colombianos”. Parece ser que no saben del sufrimiento que produce en las
personas afro la estigmatización que públicamente se hace de ellas y ellos por
su condición racial y fenotípica. Seguramente la mayoría de los inconformes por
este debate sobre el racismo del Soldado Micolta, no son afrodescedientes, ni
tienen una historia que contar acerca del humor racista que tanto nos gusta y
tanto maltrata.
El “Soldado Micolta” resultó de la inventiva de un
ciudadano mestizo de Palmira, uno de los municipios de una región que le debe
mucho de su riqueza material y cultural a la gente que este personaje
ridiculiza. Por eso quiero recordar en voz alta, que el cine setentero de
Carlos Mayolo y Luis Ospina nos enseñó una gran lección sobre la decadente y
nostálgica sociedad pos-esclavista que se quedó suspirando al lado del río
Cauca sus privilegios perdidos y maldiciendo la igualdad de las personas.
De eso se trata todo esto, de las luchas por la libertad y la igualdad de varios siglos, de la reparación a quienes han sido víctimas de discriminación y racismo a lo largo de la historia colombiana; de nuestra triste experiencia de exclusión, y de la urgencia educar lo mejor posible a una nación que aplaude a un Soldado Micolta que se ríe idiotamente del abuso que comete sobre él. De eso se trata el debate sobre el racismo en Colombia, del derecho a la dignidad humana.
De eso se trata todo esto, de las luchas por la libertad y la igualdad de varios siglos, de la reparación a quienes han sido víctimas de discriminación y racismo a lo largo de la historia colombiana; de nuestra triste experiencia de exclusión, y de la urgencia educar lo mejor posible a una nación que aplaude a un Soldado Micolta que se ríe idiotamente del abuso que comete sobre él. De eso se trata el debate sobre el racismo en Colombia, del derecho a la dignidad humana.