Manuel
tiene 10 años y en febrero entra a cursar por segunda vez grado tercero. Vive
en Guapi con su abuela materna y su hermana de seis años. Su padre se fue para
Cali en el 2012 y no ha vuelto a verlo desde entonces.
En su
escuela tuvo problemas de rendimiento porque no hacía las tareas y la profesora
se quejaba porque “hablaba mucho en clase y no se concentraba”. Manuel dice que
no entiende, que no le gustan las matemáticas, que lo regañan mucho y que
cuando termine grado quinto, se va a trabajar al lado de su hermano mayor que
ya tiene plata en el bolsillo.
La
maestra del año pasado decía que no hay nadie que vea por el estudio de Manuel,
y que él es muy distraído, le gusta molestar y hacer chistes en clase. “La mamá
solo vino una vez a la entrega de boletines, como en marzo y nunca más
la volví a ver”, dice y asegura que eso pasa con muchos de sus estudiantes.
A Manuel
le gusta mucho el fútbol y ver los
partidos de la liga europea por televisión. Camina 15 minutos entre su escuela
y su casa de lunes a viernes. A su regreso, a las doce y media del día,
almuerza y luego se hace cargo de su hermanita menor, mientras su abuela Teresa
se va a cumplir un turno de aseo en uno de los hoteles a donde llegan semanalmente
turistas de todas partes de Colombia y del mundo que vienen a visitar el Parque
Nacional Isla Gorgona, uno de los lugares de mayor biodiversidad del planeta.
Durante
las tardes Manuel y su hermana ven dibujos animados y musicales de todo tipo. A las seis y media
regresa doña Tere para hacerles la comida y mandarlos acostar después de ver la
telenovela de las nueve. Ella les tiene prohibido salir a la calle desde que se
pelearon con unos vecinos con quienes jugaban maquinitas y apostaban plata.
La
madre de Manuel tiene como 35 años y trabaja de cocinera en un campamento de mineros
ubicado a dos horas en lancha. Ella viaja un fin de semana cada quince días a
Guapi para ver a sus dos hijos menores, y se devuelve la madrugada del lunes
con Yerly, su hija de 14 años, que le ayuda sirviendo comidas y llevando
viandas a quienes no alcanzan a ir a comer en el restaurante. Yerly es alta y muy
bonita, y Manuel dice que “podría ser una doctora”, porque una vez la maestra
de quinto de primaria le dijo que era muy inteligente y podría ir a la
universidad. Eso fue antes, cuando la madre no tenía que irse a trabajar tan
lejos, y el padre aún vivía con ellos y sembraba comida. Jhon el hijo mayor de 15 años, trabaja en una
mina por los lados de Timbiquí. Viene cada dos meses a la casa, hace remesa,
les compra dulces y ropa a sus hermanitos, y les cuenta historias de gente
extranjera que se va por los ríos buscando la riqueza del oro.
Manuel
dice que cuando sea grande quiere ser lanchero y andar por el río en su propio
motor, llevando y trayendo gente al Charco y a Buenaventura. No conoce ninguno
de esos lugares, pero ha oído decir que son muy chéveres y se vende de todo. También
le gustaría llevar a los “gringos” que vienen a ver las ballenas y que según un
vecino, dan buena propina.
Manuel
no conoce la isla Gorgona, que duerme frente a su pueblo natal, ni sus vecinas
temporales, las famosas ballenas
jorobadas y sus cantos migratorios. Como un testigo excepcional, escucha los
relatos de quienes vienen y van por ese majestuoso río que ha dibujado tantas veces
en su cuaderno de geografía, y cuyas aguas le alegran la existencia cuando se
sumerge con sus amigos y juegan a que son grandes.
En
pocas semanas Manuel regresa a la escuela. Seguramente lo que la vida le ha enseñado en su corta
existencia, no se pregunta en las pruebas Saber y tampoco aparece en los textos
escolares, pero debiera ser importante para sus maestros.
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