En
1994 Sudáfrica eligió a Nelson Mandela como su presidente. Un año después el arzobispo Desmond Tutu estableció como lema
para la historia de esta nación: "Sin perdón no hay futuro, pero sin
confesión no puede haber perdón". Se instalaba la Comisión de la Verdad y de la
Reconciliación en Sudáfrica para investigar los eventos criminales
sucedidos durante tres décadas de apartheid (1960-
1993).
La Comisión tenía la tarea preparar un documento sobre
las graves violaciones de derechos humanos, emitir recomendaciones e incluso conceder
amnistías. Las lecciones que Sudáfrica aprendió en ese doloroso y valiente
proceso le han dado la vuelta al mundo. Representan un emblema que fue llevado
a las tablas magistralmente en la obra “Ubú y la comisión de la Verdad”.
Sólo
un hombre como Mandela con una memoria de tres décadas de conflicto racial,
persecuciones y encarcelamiento, supo la urgencia de la verdad como inicio de
la paz.
Al final de cada guerra viene el largo proceso
arqueológico de la memoria. Excavar datos, nombres, imágenes, rostros, fechas,
olores, lugares, recuerdos etc. hasta completar ese terrible rompecabezas que
explica el horror de los actos violentos, sus actores y sus víctimas -hombres y
mujeres desarmados en su frágil civilidad-
Los
y las sobrevivientes al holocausto Nazi iniciaron estas batallas por la memoria
como justicia. La atroz xenofobia contra el mundo judío no podía ser olvidada,
mucho menos sus centenares de víctimas. La memoria del siglo XX había cambiado
para siempre, el mito fundacional de occidente se habría alterado de modo
irreversible y los duelos serían largos e interminables.
En
el tiempo de las dictaduras militares en el cono sur surgieron los militantes
de la memoria política. Ellas y ellos -muchos de los cuales habían perdido un
compañero, un hijo, una hermana, una vecina- propusieron politizar los
recuerdos como una forma de dignificar la memoria de quienes sufrieron
injustamente la persecución, la tortura y la desaparición forzosa. Se tomaron
los congresos académicos, las calles, los lugares, la música, el teatro y el
cine. La mayoría de exiliados militaron contra el olvido incansablemente. En
Santiago y en Buenos Aires nadie olvidaba, nadie quería olvidar. Las Madres de
la Plaza de Mayo emergieron como un icono moral para América Latina. La memoria
se convertía en este continente de olvidos e historias domadas, en un derecho
político.
En
abril de 2013 la Ruta Pacífica de Mujeres le entregó al país los resultados de
una comisión de la verdad, narrada y escrita dolorosamente por cerca de mil
mujeres víctimas del conflicto armado en Colombia. Bajo el título “Memoria para
la Vida. Una Comisión de la Verdad Desde las Mujeres” hilvanaron los testimonios
de madres, abuelas, viudas, hermanas, compañeras, amigas, huérfanas, tías y
esposas para darle forma a la verdad que reposa en las ausencias, los miedos,
los recuerdos, las preguntas, la rabia, la terquedad, la ansiedad, la
desesperanza y los sueños de cada una de las miles de mujeres que perdieron en
la guerra una parte de su existencia y decidieron poner su lado sobreviviente en
la lucha por la verdad, la reparación y la no repetición. “Memoria para la
Vida” no es un libro, es un acontecimiento multivocal y sentipensante en el que
932 mujeres víctimas de violaciones de derechos humanos convergen para hacer
justicia a la memoria y producir memoria para la justicia.
En
la presentación de su libro Desterrados,
Alfredo Molano, ese escribano de los colombianos de a pie, afirma enfáticamente
que en Colombia necesitamos dejar de investigar tanto a la gente y más bien
escuchar lo que tiene que contar. Él sabe bien que no hay un solo camino en
esta nación de montañas, costas y valles, donde no sobreviva al menos un recuerdo de
sesenta años de violencia armada y política. Por eso su literatura es un
conjunto de piezas de contienen la memoria larga de un luto colectivo que lleva
más de medio siglo.
Hablar
el duelo se convierte en un acto de reparación cuando quien escucha es
respetuoso y solidario con las emociones contenidas en la palabra de quien
narra su sufrimiento. Palabras que reclaman dignificación y verdad.
Producir
memoria escrita sobre el duelo de centenares de mujeres víctimas de este largo
y sangriento conflicto, es hacer de su experiencia un ejemplo para la historia
de una nación acostumbrada a llantos silenciosos y entierros anónimos. También
es un camino ejemplar para aprender sobre las reparaciones morales y simbólicas
que se requieren tanto en la vida cotidiana.
La
Comisión de la Verdad de la Ruta Pacifica de Mujeres es un hito en la historia
de los procesos de reconciliación en Colombia. Es un primer paso sobre el cual
tenemos mucho que aprender. Ellas han demarcado el debate sobre la verdad con un sello de género que planeta la urgencia
de una verdad “que
tenga en cuenta los impactos en las mujeres y reconozca sus voces y
experiencia, que sea parte de una memoria colectiva y no solo un estudio
académico de la experiencia de las mujeres víctimas”
En
el 2009 la maestra Beatriz González hizo tributo a los muertos sinnombre de un siglo de violencias. En
el viejo y olvidado pabellón de los NN, del cementerio central de Bogotá, su
arte instaló 8.957 Auras Anónimas en
los columbarios de las víctimas que deambulan en el olvido desde la guerra de
los mil días hasta hoy. Con su arte de la memoria es infatigable en la lucha
contra el olvido. Ella que sobrevivió a las oscuridades laureanistas tiene la
sensatez en su estética, la sensibilidad en sus recuerdos.
Todas
ellas, han hecho de la verdad un acto de justicia y de reparación que dignifica
a las víctimas y a sus familiares.
Estas
escribanas y artesanas del duelo hacen justicia a la memoria y producen memoria
para la justicia.
Ojalá que estas lecciones no queden olvidadas o silenciadas en la hora cero de
los acuerdos de La Habana.
v
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