En
medio de las crudas circunstancias de rondan la vida cotidiana de Guapí, sobreviven la inteligencia y la capacidad
creadora de quienes se resisten a perder la memoria de la cual son herederos.
Maestras y educadores que convocan a sus aulas para recordar la dignidad de un
pueblo que otrora fuera dueño de la palabra bonita y cantada.
En una
estrecha aula de clase en Puerto Cali, un barrio que sobrevive con el río Guapí
por testigo, Ruth Stella recrea con los niños y las niñas la historia del
valiente Kirikú y la bella Muñeca Negra. Con una sonrisa de luna nueva, la
silueta de la muñeca negra en el papel se va tornando en un ser vivo.
Dibujarla, colorearla y quererla es parte de un delicado proceso autoafirmativo
para combatir ese racismo que puso en desventaja la imagen y las estéticas de
los afrodescendientes en muchas geografías del mundo.
Contar
y colorear la muñeca negra y Kirikú, es la tarea de una maestra que sueña con llevar
un día a su escuela en vivo y en directo a poetas como Alfredo Vanín y Mary
Grueso para que recreen sus remembranzas de infancia y declamen sus poemas de
litoral. Para que esos pequeños y esas pequeñas sientan el orgullo compartido
de sus escritores.
Los
tiempos son difíciles, el miedo ahuyenta, el silencio se convierte en ley de la
calle. La gente sobrevive y lucha por lograr terminar cada día lo mejor que
puede. Mientras tanto los niños y las niñas acuden a escuelas intervenidas por
todo tipo de instituciones. Aunque no existe una política educativa diferencial
para el pacífico colombiano, el Ministerio de Educación y el ICBF exigen que
las comunidades educativas se desenvuelvan con los protocolos diseñados desde
la fría capital. Y las maestras deben soportar el ojo vigilante de un
supervisor venido de Cali, que les pide hacerse a un lado a la hora de repartir
la comida de los pequeños, pues la norma establece que solo las manipuladoras –
debidamente uniformadas de pies a cabeza- pueden y deben hacer esta labor. Un solo salón que sirve de
comedor y de aula debe atender a 300 niños entres los 5 y los 13 años a la hora
de su refrigerio reforzado, y bajo las reglas diseñadas para restaurantes que
aquí no existen. “La hora de la comida es muy importante”, dicen las docentes.
“Los niños deben hacer filas, hay que acompañarlos, uno educa mientras les
enseña a compartir, a esperar su plato, a comer sin prisa” -insisten las
docentes- alegando la intromisión del extraño que las ha dejado sin su tarea
cotidiana de ir de mesa en mesa repartiendo consejos mientras entregan los
platos de arroz y fríjoles que Bogotá propone en su minuta. No se trata de un
asunto menor, se trata de un asunto de concepciones que podrían conversar y
ponerse de acuerdo, pero la capital y sus tecnócratas no dialogan, imponen
políticas a 2.600 metros más cerca de las estrellas y más lejos de nuestra
realidad nacional.
Las
cartillas, los horarios, los currículos y las minutas vienen desde el centro
del país. Políticas a prueba de gentes y de culturas, que condicionan el
derecho de las comunidades a los recursos, al estricto cumplimiento de normas
que poco se compadecen de las desventajas en las cuales se desenvuelven estas
instituciones educativas. No hay baños adecuados, no hay patios para el juego, tampoco
bombillos, pero los requerimientos técnicos se deben cumplir en los precarios
salones que funcionan como restaurantes escolares.
Se trata
del viejo y autoritario andinocentrismo que ha reducido al país y a sus
regiones a un forzado remedo de los valles interandinos. Ese es el otro
conflicto, el del país nacional y el de las regiones marginadas historicamente
donde los planes de desarrollo se dictan como si todos tuvieran las mismas
condiciones, cuando nunca ha sido cierto lo de la igualdad de oportunidades.
Hace
unos meses visité una escuela rural en el río Napí. Una vieja edificación
construida en los años setenta con el esfuerzo de la comunidad, la que antes
era numerosa y hoy en día está conformada por apenas 20 familias que prefirieron
quedarse a huir a la ciudad. La escuela tiene dos aulas y una batería sanitaria
tan antigua y deteriorada como los techos que la cubren. Uno de los
salones cumple funciones de almacén, biblioteca y sala informática. Como en una
especie de museo futurista reposan
siete computadores marca Lemotov, limpios y listos para ser usados. Son una
donación del famoso programa computadores para educar. Lo paradójico de la escena
es que en este punto del municipio no hay energía eléctrica, y mucho menos una
planta para generarla temporalmente. Los computadores fueron recibidos como
piezas decorativas que nunca se pudieron utilizar debido a un error de cálculo
de los cachacos del ministerio de educación, que no sabían o no se informaron- que en estas
geografías estos proyectos son inviables a menos que exista una dotación
adicional para resolver el tema de la energía.
La escuela
y los maestros en el Pacífico Colombiano son testigos de excepción de una
travesía compleja en la cual la nación se ha inventado a sí misma desde el centro
de los andes, dejando por fuera de la foto a más de la mitad de la nación.
Don
Helcías Martán Góngora, el gran poeta, cumplió en el 2014 treinta años de fallecido. Un
justo en homenaje a sus letras y al terruño que inspiró tantos de sus poemas,
es recordar con sus versos la grandeza de Guapí, cuna de tanta templanza y maravillosa
sensibilidad,
Humano litoral, cerca del alma.
Próximo en sangre al corazón está y su callada ruta de belleza transita el sueño hacia la claridad.
Va por las venas circulando
como heredado manantial en donde siempre yo me hundo para encontrarme la verdad de los varones de mi raza que son hermosos como el mar, como los mástiles erguidos y hermanos de la tempestad. Y las mujeres de mi estirpe hechas de fuego matinal, archipiélago inexpresable que ciñe el brazo de un cantar y son morenas islas vírgenes junto al islote maternal.
Vuelto al agreste mediodía
ardo en la hoguera tropical -entre el rumor de los tambores que agita un viento secular- y en la liturgia del ancestro soy el varón elemental en cópula con la selva y en guerra con la ciudad. |
(Humano Litoral, 1954)
|
http://www.elpueblo.com.co/elnuevoliberal/ese-humano-litoral/
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