El 21 de mayo de 1851 se declaró ilegal la esclavitud. En el 2011, la
ministra de Cultura Paula Marcela Mosquera decretó el mes de mayo como Mes de
la Herencia Africana.
De la mano de una afrocaucana surgió esta propuesta que para el común de la
gente puede significar muchas cosas, incluso que el 21 de mayo es para felicitar
a los afrocolombianos por su afrocolombianidad.
En estos territorios de lo que otrora fuera el Gran Estado del Cauca, la
herencia africana es un rasgo constitutivo de la vida cotidiana. La presencia
de africanos y africanas en haciendas, plantaciones y casas de familia durante
el largo período colonial, impregnó con sus marcaciones espirituales,
simbólicas y culturales la gastronomía, las pautas de crianza, el modo de
hablar, las formas estéticas y musicales, las maneras de habitar los cuerpos,
de cultivar algunas plantas e incluso las prácticas católicas de las gentes con
quienes convivieron. En la vida republicana -de grandes tensiones entre
antiguos esclavistas y abolicionistas-
el devenir político estuvo influido por las ideas de quienes -ahora en
condición de hombres libres- escribían y daban oratoria en partidos y
directorios locales.
La herencia africana en el Cauca es un complejo fenómeno parecido al
palimpsesto, esa escritura antigua sobre la cual se vuelve una y otra vez, y rehecha
tantas veces que llega un momento en el cual es difícil reconocer sus trazos
originales. Nuestra vida política, económica y cultural está signada por los
pasos en el tiempo de cientos de hombres y mujeres afrodescendientes, por su
presencia diferenciada de norte a sur del departamento, por su africanía
diversa y dispersa.
En el norte del Cauca líderes políticos como Jose Cinecio Mina, Natanael
Díaz, Marino Viveros y Sabas Casarán a principios del siglo XX, lucharon y
denunciaron los problemas de la región y algunos desde el parlamento
trascendieron en la arena nacional. Sus rostros recogidos en antiguos retratos
ya maltrechos, son parte del “Museo de la Afrocolombianidad” que anualmente se
revive en el Colegio San Pedro Claver de Puerto Tejada, como un proyecto etnoeducativo
del docente Hermes Carabalí para cultivar la memoria de las nuevas
generaciones.
En la costa Pacífica, la pluma y la voz de Sofonías Yacup dio a conocer al
país en 1934 su libro Litoral Recóndito, una tremenda y extensa metáfora referida a
la situación de abandono y marginalidad de esta región y una lectura totalmente
vigente sobre el destino de sus comunidades.
En 1947 el instituto etnológico de la Universidad del Cauca dirigido por el
ilustre Gregorio Hernández de Alba recibió en sus claustros al chocoano Rogerio
Velásquez, quien fuera el primer etnólogo negro de la Colombia de mediados del
siglo pasado.
Los logros de intelectuales, líderes y artistas como Mary Grueso Romero y
su poesía afrocolombiana; María Dolores Grueso y sus proyectos de la pedagogía de la corridez en el Valle del
Patía; Sor Inés Larrahondo y su liderazgo en el proyecto Casita de Niños en La Balsa; las cantaoras del Patía; los violinistas del norte y sur del Cauca en
el Petronio Álvarez; el grupo Herencia de Timbiquí y su premio Gaviota de Oro; Hugo
Candelario González y su marimba de chonta; Alfredo Vanín y su novela premio
Jorge Isaac, son solo una muestra de la grandiosa herencia africana que habita
los territorios del Cauca y nos hace trascender en materia cultural.
Estos son suficientes motivos para reconocer la dignidad de la
afrocolombianidad y abandonar el viejo y obsoleto racismo.
Son suficientes razones para limpiar las sombras identitarias de nuestro
espejo retrovisor y reconocernos sin complejos.
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