lunes, 7 de marzo de 2022

¿Quién necesita los feminismos?

 En la universidad se manifiestan las mayores tensiones posibles entre igualdad y desigualdad. Su génesis eurocentrada hizo de esta institución en América Latina, una tremenda experiencia colonial, racista y patriarcal. En esa dimensión y por su devenir histórico, esta se ha convertido también en escenario para debatir las marcadas exclusiones y discriminaciones por razones de clase, género, raza, etnia, sexualidades diversas, procedencia y edad, entre otras. 

La vieja tradición de la educación femenina instalada en el período colonial, mantuvo el ideario según el cual ciertos oficios, roles y conocimientos eran propios de la “naturaleza femenina” a diferencia de otros marcadamente masculinos. Durante el siglo pasado el acceso de las mujeres a las universidades del continente se logró gracias a sus numerosas luchas reconocidas como una “revolución silenciosa”. Sin embargo, aunque las estadísticas señalan una participación de casi el 50% de mujeres en la matrícula de la educación superior colombiana, es necesario interrogar como lo plantea Rita Segato, si esa formación universitaria perpetúa la pedagogía del autoritarismo en las aulas o más bien promueve transformaciones esenciales en la conciencia de las mujeres respecto de las asimetrías de género. Lo segundo, solo es posible cuando los feminismos ocupan un lugar importante en la formación universitaria, la de todas, todos y todes.

Los feminismos nos han enseñado que las relaciones patriarcales entrecruzan los marcadores de clase, raza y género, por eso reproducen dobles y triples dominaciones, y por esta razón, las peores violencias operan contra las mujeres racializadas y de condición económica vulnerable. Si sumamos a esto la diversidad sexual, reconocemos que las mujeres trans son muchas veces, quienes sufren las peores agresiones.  Las cifras actuales sobre violencias de género en Colombia son realmente vergonzosas. Basta con ojear algunos medios de comunicación para caer en cuenta que todos los días asistimos al escalofriante fenómeno de los feminicidios, el abuso sexual y la sobrexplotación laboral de las más empobrecidas. Los hechos más graves suceden en contextos familiares y culturales en los cuales sus vidas están en riesgo desde que nacen. Ante esta realidad, tenemos en las universidades una oportunidad excepcional para aprender algunas de las lecciones que los feminismos nos han heredado en su larga gesta por la dignidad y los derechos de las mujeres.

Los feminismos nos enseñan que naturalizar las violencias contra las mujeres hace parte de las pedagogías de la crueldad. Las justificamos, las minimizamos e incluso dudamos de su existencia. En el mundo universitario el acoso se plantea muchas veces, como un problema de “consentimiento” o de “coquetería” por parte de las estudiantes. El autoritarismo y maltrato a colegas y estudiantes, se excusa por el carácter o la personalidad de quienes ejercen lugares de poder. Ninguna mujer debería experimentar en la vida universitaria maltrato o acoso por su condición. Ninguna mujer tendría que sentir miedo a expresar sus ideas o desacuerdos, menos a moverse por los espacios físicos con plena tranquilidad y autonomía. Ninguna mujer afrodescendiente tendría que sufrir en la universidad racismo o la exotización de su pelo o de su cuerpo. Ninguna mujer indígena tendría que padecer humillaciones por el uso de su lengua.

Los feminismos representan un campo de saber que necesitamos para mejorar nuestras prácticas de enseñanza, nuestros currículos y nuestra cultura universitaria. Eso ayudaría a comprender mejor que detrás del acto, del chiste y del meme sexista, homofóbico y racista habla una sociedad enferma. Conocer las luchas sobre las cuales se han construido los diversos feminismos teóricos permite ampliar nuestra comprensión del mundo que habitamos y su historia con relación a las mujeres.

Los pensamientos y obras de las feministas de nuestro continente merecen un sitial en las políticas del conocimiento de nuestros programas de pregrado y posgrado, si queremos construir una educación superior de calidad y comprometida con la justicia.

Escribo como maestra universitaria y lo hago en esta fecha conmemorativa del 8 de marzo, para agradecer a las feministas de todas las tendencias, por haber ocupado con su voz, sus acciones y su pensamiento los escenarios de la educación superior y develar las injusticias y opresiones del patriarcado. Aunque las prácticas de violencia, abuso y acoso sexual aún no desparecen de nuestra vida cotidiana, algunas cosas han cambiado gracias a su incansable militancia, sobre todo para las nuevas generaciones. 

A las valientes feministas organizadas y apasionas de la causa, nuestro reconocimiento y gratitud por traer sus pañuelos, sus pancartas, sus consignas, sus textos, sus arengas, su bella rebeldía y su libertario grito. Han puesto al descubierto el otoño del patriarcado, ¡que va a caer, que va a caer! 

Foto: Sara Tejada