jueves, 28 de mayo de 2015

Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (17)

Maestras ilustes, ilustres Maestras Afrocolombianas

A cada una de ellas, quienes desde sus saberes y sus acciones han contribuido a dignficar la herencia africana en Colombia en el mundo de la pedagogía, la partería, la música, la literatura y la politíca.

A sus familias por acompañarlas decididamente para asumir ese lugar que las hace merecedoras de grandes reconocimiento.

Gratitud y reconocimiento a todas ellas 
! Maestras ilustres, ilustres Maestras Afrocolombianas!

 http://www.educacionbogota.edu.co/sitios-de-interes/nuestros-sitios/agencia-de-medios/noticias-institucionales/bogota-afro-historias-del-palenque-en-la-escuela


 RED DE MUJERES DE BUENOS AIRES - CAUCA













      


domingo, 24 de mayo de 2015

Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (11)

Alfonso Córdoba Mosquera, «El brujo», nació el 30 de agosto de 1926, en Quibdó, Chocó, y falleció en la misma ciudad el 26 de junio de 2009, a sus 83 años. Fue uno de los artistas más reconocidos del litoral Pacífico, se le llamó el "DaVinci negro" dadas sus cualidades creativas y su majestuosa obra musical. 

Compositor, intérprete, orfebre, tallador, diseñador de disfraces, constructor de instrumentos, investigador de los ritmos del Pacífico, hizo parte de siete orquestas, entre ellas "Guayacan", para la que compuso varios temas.
 
Recibió un merecido homenaje en el Festival de Música del Pacífico "Petronio Álvarez" en la versión del 2008. En el mismo año recibió del Ministerio de Cultura de Colombia la Gran Orden al Mérito Cultural en el 2008, de manos de Maria Paula Moreno.

https://www.youtube.com/watch?v=f1p5nfOgftc



Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (16)

Margarita Hurtado  
La negra Margarita o la Trovadora del Pacífico nació en Guapi (Cauca)el 8 de diciembre de 1918, el mismo día de la fiesta de la Inmaculada Concepción o "Pusísima" patrona guapireña.
Desde 1937 se radicó en Buenaventura. Sólo pudo cursar hasta el segundo año de primaria, y su padre opinaba que las mujeres que se instruían en la escuela sólo lo hacían para escribirles cartas a los novios. Fue empleada doméstica y vendedora ambulante, pero tuvo un don innato para improvisar la trova y la poesía. Anotaba en hojas sueltas refranes, adivinanzas, salves y coplas del Pacífico.
Se casó y tuvo dos hijos licenciados en educación. Fue gran amiga de Teófilo R. Potes, con quien recorrió gran parte del país. Tambiñen participó en el "Primer Encuentro Internacional de Cuentos" en Bogotá en 1990; en el "Encuentro Latino Americano de Mujeres por el Arte" en el mismo año, en Cali, y en el "Encuentro de Mujeres Poetas" en el Museo Rayo de Roldanillo en 1991.
La Alcaldía de Buenaventura editó su libro de versos en 1992 cuyo prólogo escribió Alfredo Vanín Romero.
En 1992 el Museo Rayo editó un libro con algunas de sus Trovas, bajo la dirección de Águeda Pizarra Rayo.
La Casa de la Cultura de Buenaventura lleva su nombre.





Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (15)

La voz de Carlos Arturo Truque (1927 Condoto, Chocó - 1970, Buenaventura) en su texto sobre la historia de un escritor.

"La vocación y el medio. Historia de un escritor"
Por: Carlos Arturo Truque
Tomado de: Revista Mito, año I, No. 6.(Bogotá, febrero-marzo de 1956).


Quien lea estas páginas, creo, no podrá atribuirlas a la amargura o al resentimiento. Soy un hombre normal, o al menos lo hubiera sido si la sociedad, tan arbitrariamente construida, me hubiera brindado las oportunidades que siempre perseguí y jamás alcancé. No por eso soy un frustrado; aún tengo ánimos suficientes para seguir una lucha, que de antemano sé perdida.
Mi vida, aparte de los sufrimientos, carece de importancia. El común denominador del pueblo colombiano es la inseguridad, la inestabilidad; ese sentimiento horrible de no hallar el lugar que corresponde al hombre en un sistema determinado. La mayoría de las ocasiones nos vemos en la necesidad de reconocer que somos una pieza demasiado suelta del engranaje social. Giramos sin correspondencia alguna y nos sentimos víctimas de fuerzas oscuras que no estamos en capacidad de controlar.
No sé desde cuándo me posesioné de esta verdad. Tal vez desde muy temprano aprendí la diferencia que media entre los débiles y los poderosos y tuve la experiencia dolorosa de saberme colocado entre los que nada tienen que exigirle a la vida, porque ya les ha sido negado todo de antemano.
Quizá pueda lo anterior ser interpretado como el grito de un desesperado o como la prueba de una marcada desadaptación al medio. Si los que tal cosa piensan hubieran estado sometidos a las pruebas que me han tocado en suerte, pensarían de diversas maneras.
Desde temprano me asedió, como perro rabioso, la injusticia humana. Desde la escuela humilde de barriada donde me enseñaron las primeras letras tuve la impresión, la certeza, de que me había señalado con su dedo implacable.
Siempre fui, no peco de orgullo o vanidad al decirlo, un buen estudiante. Me apasionaban los libros, la tinta fresca, la aureola bohemia de los escritores de la época. Pronto me sentí atraído hacia ese campo que nunca pisan los llamados hombres prácticos: las letras. No sabía cuántas malas pasadas me estaba jugando la vida a llevarme por caminos que, de haberlo pensado, no habría transitado.
Allí empieza todo. De allí, de una urgencia extrema de dar a conocer mis sentimientos y mis reacciones, parte la disconformidad, tal como está constituida, y el modo diverso como yo creo que debe estarlo. Sin embargo, no soy un reformador ni un innovador en materia tan ardua. Puede ser que yo vea las cosas desde un punto de vista distinto a como las mira los demás y sea esa la causa de no pocos de mis sinsabores. Pero, juzgando los problemas con una lógica sana, no es posible imaginar al hombre perdido en tantas encrucijadas sin sentir por él un poco de compasión, un mínimo de humana solidaridad. ¿Solidaridad humana? ¿Participación en la angustia colectiva? ¡Quién sabe! (Aquí habrán de sonreír los hombres prácticos). Quién sabe si esa solidaridad humana, si esa coparticipación en la angustia contemporánea, sean solo modos de ocultar la propia impotencia y la propia vida fallida. Puede ser. Lo único que podría garantizar es que este testimonio lo he vivido y antes que yo lo vivieron otros, de los cuales no se conserva memoria. Por ellos doy a ustedes un poco de sus vidas y mucho de la mía.
Nací en la era mecánica, en un pueblo que la desconocía. Cualquier pueblo de Colombia, de esos que se quedan en un remanso de la civilización y que conservan como tesoro más preciado lo elemental de la existencia. Hasta mis ocho años no conocí la barrera que separaba a unos seres de otros. Como el pueblo era pobre, nadie pensó nunca que la riqueza era un factor para brillar y valer más que los que no la poseían. Siendo un pueblo de negros, nadie imaginó que las diferencias de pigmentación pudieran abrir abismos insalvables y ser usadas para establecer la dominación y el repudio sobre quienes se consideraron inferiores.
Vine, si así puede decirse, limpio a la vida. Esta me enseñó bien pronto la lección que el bueno de mi pueblo, no se había podido aprender; que el mundo está fundado sobre valores bien diversos y, como la vida no da nada sin arrancar un dolor, este conocimiento me desgarró y destruyó en lo más puro que puede tener un ser humano: la fe en la ajena bondad.
Sucedió de la manera más sencilla: desde el pueblo fui trasladado a Cali, que por entonces comenzaba a tener aires de gran ciudad, y matriculado en la escuela pública de San Nicolás. Como lo dije anteriormente, me gustaba estudiar y me destaqué muy pronto como uno de los mejores alumnos de la escuela. Hacía, cuando sucedió lo inesperado, el tercer grado elemental.
Había estudiado mucho para rendir los exámenes finales y además, el mequetrefe de mi maestro, un caramelo de pedagogía religiosa, para usar una frase grata de Barba, había dividido el curso en dos grupos: griegos y romanos. Yo era el capitán de los griegos, honor que se dispensaba al alumno que mejores resultados diera.
Con todos estos antecedentes era natural que esperara mi aprobación como hecho cumplido y, a más de eso, ganar uno de los premios dispensados a los estudiantes destacados.
Si hubiera tenido un poco de conocimiento del corazón humano, no habría esperado tanto; porque mi santo maestro, ahora lo entiendo claramente, nos endilgaba, por quitarme allá estas pajas, sus buenos discursos sobre el nacionalsocialismo (España estaba en plena Guerra Civil), muy adobados con comprensibles capítulos de Mi lucha. Si, como digo, hubiera podido entender bien lo que ese hombre pensaba y hubiera estado en capacidad de sacar ciertas deducciones, no me hubiera forjado las ilusiones que me forjé.
Tengo la convicción profunda de haber contestado acertadamente el ochenta por ciento de las preguntas que figuraban en el cuestionario y recuerdo haber salido de clase con el orgullo de quien siente que ha cumplido con su deber de la mejor forma posible. No puede engañarme el recuerdo. El día de la entrega de los informes finales me pusieron el vestido más presentable que tienen los chicos de barriada: el uniforme escolar. Desde temprano estuvimos con la buena señora que se había encargado de mí, rondando por el parquecito que había frente a la escuela, esperando la hora del comienzo de la ceremonia, que ella, en su ingenuidad y yo en la mía, creíamos de una importancia excepcional.
Al comenzar tocaron la campana y nos hicieron formar frente a una tarima, sobre la cual se hallaban los profesores (no les gustaba que los llamaran de manera distinta), con unas caras apropiadas para la ocasión. El mío me distinguió, porque me hallaba al principio de la fila, y me regaló una sonrisa completa. Todavía no he podido saber si me la brindó para consolarme anticipadamente o para burlarse simplemente de mí. El director hizo sonar una campanita y acabó, como de un golpe, con los murmullos que hacían los padres de familia y la chiquillería. Después de unas breves palabras, pronunciadas temblorosamente, se sentó aliviado y comenzó a llamar por sus nombres a los alumnos del primer grupo. Me sentía realmente cansado con tanto tiempo como llevaba en pie. A cada nombre, se adelantaba alguien de la fila y recibía su certificado. Algunos padres, furiosos por el resultado adverso, la emprendían a trompadas contra sus hijos. Compadecía sinceramente sus sufrimientos, pero me consolaba pensando que a mí no podía sucederme lo que a ellos estaba sucediendo.
El primero de mi grupo fue llamado. Era un tartamudo que nunca pudo encontrar la manera de dar una lección en forma correcta; porque, a más de tartamudear, nunca se las aprendía.
El padre se hallaba a un lado de la señora que iba en representación d mi familia. Le vi recibir el certificado del hijo, abrirlo y leerlo y hacer un gesto de satisfacción. Esto me extrañó un tanto, pero pronto me consolé, atribuyéndole al maestro una bondad que estaba lejos de poseer.
Cuando llegó mi turno, me adelanté, con cierta timidez, debo confesarlo, pero con una seguridad interior que tenía por qué ser justificada. Recibí el certificado y ni siquiera lo abrí. Tal como me fuera entregado lo llevé a quien me representaba. Ella no sabía leer y se quedó aturdida, sin saber qué hacer con un papel que, a lo mejor, le reservaba una alegría o una decepción. Porque me quería de una manera dulce y buena, como solo saben querer aquellos que no tienen sino eso para dar.
El padre del tartamudo comprendió la situación y se apresuró a decirle:
-¡Si usted quiere, señora..!
Ella le tendió el papel. El hombre lo abrió y dejó escapar este comentario:
-¡Negro sinvergüenza..!
Y dirigiéndose a ella:
-¡Ha perdido el año…! ¡Póngalo a trabajar, señora! ¡Esa porquería no va a servir para nada…!
De momento no entendí. Pensé que el hombre había leído mal y le pedí que me dejara ver el certificado. Era cierto. Allí estaba escrito, no había duda, yo mismo podía constatarlo. Me pregunté por qué, desconcertado. El maestro seguía en su sitio. Lo miré con rabia, con odio capaz de causarle la muerte, con una furia igual a la del hombre a quien dan una palmada que no se ha merecido. No recuerdo que hubiese sonreído. Me sostuvo la mirada, retándome, provocándome. Es una de las pocas veces que me he sentido capaz de arrancarle la vida a alguien con un sentimiento de felicidad. Nunca volví a ver a ese hombre en la vida. Pero sus ojos se han seguido repitiendo en otros que he conocido, como si fueran él mismo con rostro diferente.
De él aprendí, sin embargo, una cosa fundamental: que entre los infelices también hay diferencias profundas, que los humildes en ocasiones adoptan el mismo punto de vista de los poderosos y comienzan a levantar murallas entre ellos con la esperanza de tender un puente que los asimile a una clase social más alta. Debo aclarar que jamás sucede lo anterior en las capas incontaminadas de la sociedad, en el pueblo que tiene una conciencia de su insignificancia y al mismo tiempo de su fuerza. Es invisible el fenómeno sobre todo en la clase intermedia, la mal llamada pequeña burguesía, abyecto reducto de sustentación para las clases superiores y su única defensa de los justos anhelos de mejor estar de los desvalidos.

El incidente que he narrado trajo consecuencias irreparables. Yo era un introvertido y desde entonces lo fui más. Me acostumbré a hacer una vida para ser gozada solo por mí. Y fui desarrollando un crudo egoísmo que hubiera llegado a destrozarme, si no hubiera tenido la pasión de llenar cuartillas. Eso constituía una especie de compensación para mi anormal comunicación con el mundo exterior. Hallé una forma de volcarme sobre él, de hacerlo partícipe de mi mundo y participar a mi vez del suyo. Y nada fuera de lo común hubiera sucedido si la actividad literaria cuando se posesiona de un hombre no le restara la capacidad de actuar en otros campos; pero la creación exige la entrega absoluta, la rendición incondicional, el sometimiento a todas las contingencias, para brindar en cambio el breve placer de una nota laudatoria o el perecedero resplandor de un triunfo que dura lo que una candelada en el verano.
Todas las pruebas que he soportado, en lucha contra el concepto imperante sobre el escritor, las debe haber pensado también todo aquel que se dedique o se haya dedicado a escribir en un país como el nuestro, donde el artista es tolerado apenas cuando la clase dirigente quiere olvidar por unos minutos la tragedia de los balances y las cotizaciones de la bolsa. Entonces esa clase rectora inepta pone sus condiciones y obliga al artista a hacer una obra alejada de la realidad, con materiales de segunda mano, pero que pueden servir si el objetivo es llenar los deseos enfermizos de una casta que ha vivido los sufrimientos ajenos y que no quiere un arte que pueda mostrarle su culpabilidad.
Para quienes quieran una forma artística, nutrida de las condiciones de vida de la masa del pueblo colombiano, el camino está vedado. Esta afirmación no es un capricho de teorizante, sino una verdad dolorosa. En el año de 1951, tuve necesidad, porque creía que lo hasta esa fecha escrito tenía un valor relativo y que era algo que se había hecho en el país, de trasladarme a la capital. Traía miles de ilusiones y pocos centavos. ¡Apenas un hatillo de peregrino, muchos, muchos, muchos sueños…!
¡Ignoraba la existencia de jefaturas de redacción y la insolencia de los pontífices!
¡Qué de nombres que no se correspondían al concepto que de ellos me había formado leyendo los suplementos literarios…! El derrumbe de unos cuantos ídolos y la certeza de que a la literatura nacional le estaba haciendo falta una inyección de honradez y un alejamiento de los burgueses vanidosillos, endiosados por elogios inmerecidos. Desde el conocimiento personal del mundillo literario capitalino, afirmé mi convicción sobre el destino futuro de nuestras letras y adquirí la fe profunda de su salvación por hombres que quieren acercarse al elemento popular y tratarlo de manera nueva, alejada del academicismo y del purismo, señalándome un derrotero, no confundiéndolo con las tediosas disquisiciones, dudas, problemas y soluciones copiadas de las lecturas de los clásicos modernos.
Pero asumir esta posición honrada tiene sus altibajos. Mientras los suplementos plantean a cada instante una supuesta crisis cultural, los elementos que pueden reconciliar el pueblo con el arte se pierden víctimas del hambre y la miseria.
Para sorpresa mía, pecaba entonces de ingenuo, fui viendo cómo se cerraban con una sonrisa sardónica las puertas a mis espaldas. Literatura sucia llamaban a mis escritos por el solo hecho de usar términos que la moral y las buenas costumbres consideraban lesivos. Todo un atentado constituye en el país el uso de palabras que figuran en diccionario y que las señoras, las buenas señoras, consultaron a hurtadillas cuando tenían doce años y no las olvidaron, a fuerza de repetirlas, en el curso de sus vidas. Alguna vez tuve hasta un poco de compasión por un hombre a quien yo tenía en gran estima y era director de una revista publicada por una compañía de seguros. El hombre, nacido en un hogar que no se distinguió por la abundancia de bienes materiales, pidió uno de mis cuentos para, tal vez, así lo creía, darme el honor de incluirlo entre el material de su órgano de difusión. Lo leyó y, poco a poco, la jovialidad que exhibía se fue trocando en una mueca de fastidio, casi de rabia:
-Esto no se puede publicar –me dijo.
-¿Por qué? –le respondí.
-Muchas palabras feas...No propiamente feas; pero comprenda que nuestra revista llega a manos de muchas damas de la sociedad…
-¿Y?
-Pues que no aguantaríamos la cantidad de reclamos que se nos vendrían encima.
No le repuse nada. Me pareció inútil discutir con un hombre de ese temple, escritor él mismo, y que le tenía tanto horror al idioma como los gatos al agua. La palabra usada, repetidas veces, era…!Gran carajo!
Si este buen burgués se asustaba de un término como este, de uso corriente en la conversación familiar, ¿podría esperarse algo de los que como él marcaban la pauta en el arte colombiano? Y aún tenían el descaro de hablar de crisis, cuando la crisis no residía sino en ellos. Ocultaban las palabras para encubrir su propia podredumbre, la carroña anímica, su incapacidad creadora, disfrazada con el oropel de las frases seudo-brillantes y sin contenido. Arte para minorías selectas, creo que lo llaman. Arte de distracción para ricachones neuróticos y jovenzuelos sin oficio, lo llamaría yo.
Sobre lo anterior alguien me recordaba la amarga queja de un crítico, si es que tenemos alguno, sobre el alejamiento de las masas. “La gente no quiere leer” decía. Y no quiere leer porque no comprende; porque no se ve reflejada en la obra, porque el pueblo, no teniendo cultura, sabe reconocerse y comprende, si alguien está bien intencionado respecto a él, los derroteros que se le señalan. No deben olvidar nuestros europeizantes que las épocas más floridas de la literatura universal han estado normadas por los pueblos y los escritores no han sido sino meros escribanos, artesanos por mejor decirlo, de la voluntad popular.
Ejemplos recientes hay a granel en la literatura moderna latinoamericana. La enseñanza de los ecuatorianos y su vigorosa novela, conocida ya universalmente, es digna de ser seguida. Ese pequeño pueblo ha tenido el valor de presentar a la faz del mundo sus problemas sin avergonzarse por ello. Eso le ha valido un sitio que los equivocados pontífices nuestros no han podido obtener en el concierto de las naciones cultas de la tierra. Porque para llegar a la universalidad hay que partir de los elementos que se tienen a mano y laborar con ellos para situarlos en planos elevados de la creación. Lo contrario, el sometimiento irrestricto a las culturas foráneas, sólo puede dar por resultado el arte intuitivo, sin base de sustentación y sin valor alguno.
Puede ser que me haya alejado de mis propósitos iniciales al hacer tan larga serie de consideraciones; pero se justifican si se tiene en cuenta que el escritor está sometido a ellas, es una víctima del engranaje social que no lo tiene en cuenta en su desarrollo.
Creo que tengo la suficiente autoridad para hablar de problemas que he sufrido en carne viva; es más, creo que los hombres que se inician y trabajan por hacer una gran obra que enorgullezca las letras patrias, me comprenden. Ninguno de ellos ha podido librarse del hambre, del sufrimiento, de la incomprensión de los dómines, de las críticas del clan, de la mirada sardónica de los reyezuelos de redacción y de los gritos de espanto de las viejas beatas que se ha apoderado de la cultura nacional.
Tengo, eso sí, una fe profunda en la fuerza de los humildes. Sé que vendrán otros hombres y harán accesible el camino a los que vengan detrás de nosotros con idénticos anhelos. A ellos les tocará la vida limpia que no hemos tenido la oportunidad de vivir. Mientras tanto, es nuestro deber sostenernos firmes para no hacernos acreedores a su desprecio.


Nota: Este se encuentra en el libro Vivan los compañeros. Cuentos completos. Carlos Arturo Truque , http://www.banrepcultural.org/…/05-Carlos_Truque_Vivan_los_… , página 33, de Biblioteca de Literatura Afrocolombiana Mayo 2010. Matriz: http://www.banrepcultural.org/…/biblioteca-afrocolombiana/v…
Ver: Homenaje a Carlos Arturo Truque, Buenaventura, Universidad del Valle 2014






Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (14)

"El Negro Alejo"
 

Gilberto Alejandro Durán Díaz, nació en el pueblo del Paso (César) el 9 de febrero de 1919, y dejó su pedazó de acordeón y este mundo el 15 de noviembre de 1989 en la ciudad de Montería.
A la edad de veintiséis años aprendió a tocar el acordeón, viendo a otros en parrandas campesinas. Trabajó como ayudante de vaquería en algunas fincas del departamento del Magdalena Grande.
Grabó su primera canción en 1950 y fue proclamado en primer Rey Vallenato en el Primer Festival de la Leyenda Vallenata realizado en 1968.

Cultivó todos los ritmos vallenatos, la puya ("Pedazo de Acordeón", entre otras), el paseo ("La cachucha bacana", entre otras), el merengue ("Maruja", entre otras), el son ("Joselina Daza", "Fidelina", entre otras) y la tambora ("La candela viva").
Los restos del Rey Alejo Durán, duermen en Planeta Rica, Córdoba. 


Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (13)


Álvaro José Arroyo González, el "Joe" nació en Cartagena de Indias el primero de noviembre de 1955 y murió el 26 de julio de 2011 en Barranquilla.

Cantante y compositor considerado como uno de los más grandes intérpretes de música caribeña. Obtuvo 8 congos de oro y 4 super congos ganados en el Carnaval de Barranquilla. Hizo parte de agrupaciones como The Latin Brothers, Fruko y sus Tesos, y La Verdad, orquesta fundada por él en 1981.
En noviembre de 2011,recibió homenaje postúmo con el Premio a la Excelencia Musical de La Academia Latina de la Grabación en la ceremonia de los Grammy Latinos.

Uno de sus composiones más emblemáticas sobre la situación de la gente negra en Cartagena es "Rebelión":

Quiero contarle mi hermano un pedacito de la historia negra,
De la historia nuestra, caballero


En los años mil seiscientos
cuando el tirano mandó
Las calles de Cartagena
aquella historia vivió.

Cuando aquí llegaban esos negreros
Africanos en cadenas besaban mi tierra
Esclavitud perpetua


Que lo diga salome
y que te de
llego, llego, llego

Un matrimonio africano
Esclavos de un español
El les daba muy mal trato
y a su negra le pegó

Y fue allí, se rebeló el negro guapo
Tomo venganza por su amor
Y aún se escucha en la verja
No le pegue´ a mi negra
No le pegue a la negra
No le pegue a la negra

Oye esa negra se me respeta
Ehhh que aun se escucha, se escucha en la verja
No, no, no,no,no
No, no, no,no,no
No, no, no,no,no le pegue a la negra


Vamos a ver que le pegue a jeva
por que el alma,
Que el alma, que el alma
Que el alma, que el alma se me revienta

ehh! no, no, no, no, no, no le pegue a mi negra
por que el alma se me agita mi prieta

El Chombo lo sabe
Y tu tambien 
No le pegue a la negra

 



https://www.youtube.com/watch?v=RXXI8xqHvXU

lunes, 18 de mayo de 2015

Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (12) Graciela Salgado Valdés (1930-2013)

La  voz del lumbalú

La hija de Batata (Manuel Salgado) fue una de las mayores exponentes del folclor africano de San Basilio de Palenque (Bolívar), comunidad afrodescendiente que en el 2005 fue reconocida por la UNESCO como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.

Heredó de su padre, fundador y director del Sexteto Tabalá el talento y la pasión artística. Este grupo surgió en los ingenios azucareros hacia los años 30 del siglo XX, con una fuerte influencia de los cubanos vinculados a las plantaciones. En ese ambiente de sonidos ancestrales fundidos con son cubano, crece Graciela Salgado, la única mujer que tocaba el "pechiche", sobre todo cuando celebraba el lumbalú, un ritual funerario que al decir de los expertos de trata de una tradición africana proveniente de Angola principalmente. Según la tradición palenquera, luego de morir, el fallecido regresa dos veces al día a su casa, durante los nueve días siguientes a su muerte: a las 6:00 a.m. y a las 5:30 p.m. y es a esas horas en que se reúne la comunidad en la casa del fallecido para ofrecer el lumbalú, con el que los vivos le ayudan al recién fallecido a hacer su tránsito de la vida a la muerte. 

A sus 83 años la palenquera del lumbalú dejó este mundo de a pie, luego de ser la voz líder y única sobreviviente de la primera generación de "Las Alegres Ambulancias", con la que recorrió el mundo cantando bullerengues, fandangos y chalupas, muchas de ellas composiciones de su autoría, que servían también en los rituales fúnebres.

 Yo canto, porque esa es la herencia que nos dejó nuestra madre y cuando no estoy cantando me defiendo vendieendo cocadas y alegrías para no estar allí perdiendo el tiempo” dice Emilia Reyes, La Burgo, hija  de Graciela Salgado y ahora voz principal de Las alegres ambulancias.







 

domingo, 17 de mayo de 2015

¡Vuelve la pedagogía a dignificar el oficio docente!

El 15 de mayo se “celebra” el día del maestro. Se trata originalmente de una fiesta católica, un sesgo confesional en la manera de reconocer esta noble tarea. Vistos como apóstoles de la educación, el paso siguiente fue pedirles votos de obediencia y pobreza. De allí deriva la vieja representación del maestro como un ser noble pero pobre, importante pero marginal. Una tremenda paradoja que se mantiene en sociedades como la nuestra, donde se reconoce que la educación y, por tanto, la labor pedagógica son fundamentales para lograr un mejor estado de cosas, pero en la práctica solo reciben el castigo de recortes y ajustes permanentes. Reconocimiento sin mejoramiento laboral, he allí la tensión entre el apostolado devoto y el gremio organizado.
El país presenció y apoyó o recriminó, desde distintas orillas, el paro docente que tuvo lugar hace apenas unos días. Han pasado décadas de marchas, huelgas y protestas con un común denominador, el oficio docente se valora pero no se dignifica de modo concreto. Amén de algunas administraciones de ciudades como Bogotá y Medellín, donde existen políticas y programas que apoyan y financian la formación e investigación pedagógica, en el resto del país, las entidades territoriales carecen de recursos para este rubro. Gracias a la ley 715 del 2001, la educación pública quedó sometida a las matemáticas amañadas de la descentralización, según las cuales “los que tienen más educan mejor, y los que tienen menos, educan menos”. Cuatro gobiernos neoliberales y ocho años de una ministra poco empática con el magisterio, sepultaron la pedagogía y la declararon “saber caduco” para concursos en los cuales el maestro pierde y el profesional gana. Esta absurda medida tiró por tierra veinte años de trabajo de colectivos de maestros, escuelas normales, grupos de investigación y facultades de educación empeñadas en hacer del oficio del maestro y de su saber pedagógico, un trascendental proyecto intelectual y un ejemplar Movimiento Pedagógico.
Los maestros y las maestras son las únicas personas que nunca se van de la escuela. Permanecen allí prácticamente toda su vida. Seguramente por esa razón, al resto de los mortales se nos hace tan fácil su oficio educador. Sus formas de enseñar, corregir, castigar, calificar, moralizar, querer y educar a niños, niñas y jóvenes son resultado de su trasegar por las aulas y los patios de recreo. También de su reflexibilidad sobre el oficio cotidiano, su paso por programas de posgrado, redes de investigación, colectivos docentes y proyectos culturales. A pesar de esta verdad en el orden del saber y la práctica pedagógica, la educación pública en Colombia se debate en la vieja tensión entre política y pedagogía, entre tecnócratas y docentes. Unos direccionan desde matrices y patrones de estandarización y ahorro del gasto, y otro-as tramitan la política educativa con sus propias coordenadas de contexto y de realidad pedagógica. En muchas geografías de este país las escuelas y los maestros pertenecen a la tierra del olvido, al realismo trágico del desmonte de la educación como derecho.
Muchos de quienes diseñan políticas educativas, dirigen y asesoran ministerios de educación, escriben los textos escolares que usan los docentes, diseñan las evaluaciones censales escolares, organizan los planes de estudio de las licenciaturas e incluso dirigen y enseñan en las facultades de educación tienen un conocimiento limitado de lo que es la escuela y la pedagogía. Cada vez miro con mayor aterramiento la presencia “extraña” en congresos y eventos de educación, de notables personalidades académicas, que en justicia a la verdad, saben de educación tanto o menos de lo que cualquier persona tiene por su propia biografía escolar. Padecemos una suerte de subalternización epistémica y social en el campo de la educación y la pedagogía. A diferencia de otros campos del saber académico, en el nuestro cualquier profesional venido de áreas cercanas o muy lejanas al debate pedagógico, asume “autoridad intelectual” para hablar sobre educación y dar consejos a maestros y maestras, así no tengan mucha idea del asunto.
La reforma de la primera década del siglo XXI nos dejó muchos ingenieros y profesionales de la salud sin vocación, ni formación pedagógica, pero con estabilidad laboral en el aula. A esto se añade una empobrecida formación política de las nuevas generaciones de docentes, un modelo de “competencias” obsesivo que confunde medios con fines de la educación, y la antigua sombra de la burocratización del oficio. 

Es una historia larga y compleja, con mucha “desesperanza aprendida” e importantes lecciones de vida.
Sin embargo tenemos un motivo para celebrar este 15 de mayo. La Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia, una de las mejores universidades públicas del país y el continente, acaba de abrir el primer programa de pregado en Pedagogía. Ahora tendremos un espacio académico con autonomía y autoridad disciplinar para formar a nuevas generaciones de pedagogas y pedagogos que nos ayuden a superar estas décadas de oscurantismo neoliberal y subordinación epistémica, que promovieron la falsa idea que para ser maestro sólo hace falta contar con el dominio de una disciplina específica.
La Universidad de Antioquia y su equipo docente de la Facultad de Educación nos ofrece una esperanza para este primer decenio del siglo XXI, donde prevalece la metáfora “cabeza de ratón o cola de león” para calificar los lugares y escenarios de importancia en la producción de conocimiento académico.
Nuestro oficio, nuestro campo de saber y nuestra condición histórica lo debemos dignificar sin tregua.
!Felicidades a todas y todos!

Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (10) Teresita Gómez Arteaga

La pianista del teclado blanco y negro

Teresita Gómez Arteaga nació en  Medellín el  9 de mayo de 1943. Es considerada como una de la mejores pianistas contemporanéas, cuya majestuosa interpretación ha trascendido en el ámbito músical de Colombia.
Se desempeña como docente de piano en la Universidad de Antioquia, como concertista y en conjuntos camarísticos. 
El Gobierno de Colombia le otorgó en 2005 la Cruz de la Orden de Boyacá en el grado de Comendador por su trayectoria artística, aporte a la cultura musical y representación honorable de Colombia en el exterior.






Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (9) Diego Luis Córdoba

El político de la educación chocoana
 
En el día del maestro recordamos al creador de las Escuelas Normales en el departamento del Chocó.
Diego Luis Córdoba (Negúa, Chocó; 21 de julio de 1907 - Ciudad de México, 1 de mayo de 1964) gestor del sistema escolar que actualmente tiene el departamento del Chocó gracias a la creación de sus Escuelas Normales Superiores, de cuyas aulas egresó una pléyade de maestros y maestras ejemplares que sirvieron a todas las geografías de Colombia durante la segunda mitad del siglo XX.




Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (8) Hipólita y Matea Bolívar

 Las dos nodrizas

Hipólita Bolívar, también conocida como Negra Hipólita, nació en San Mateo, estado Aragua, Venezuela en 1763. Murió en Caracas el 25 de junio de 1835. Cuando nació Simón Bolívar en 1783 su madre necesitó una nodriza y recurrió a Hipólita, quien para entonces tenia 20 años. Este hecho fue recordado por el propio Bolívar en diversas oportunidades, mostrando en cartas (1825) y gestos (1827) el cariño que siempre sintió por Hipólita, a quien llegó a considerar "su madre y su padre".
https://www.youtube.com/watch?v=Gm_jb1QlY8c


Matea Bolívar: la negra compañera de juegos
La negra Matea Bolívar, hija y nieta de esclavos, fue una esclava nacida el 21 de septiembre de 1773 al sur de San José de Tiznado (estado Guárico). Al igual que el resto de los esclavos, llevaba el apellido de su dueño. Se convirtió en aya de Simón Bolívar a los diez años de edad. Matea se encargó de los quehaceres de la hacienda y también de cuidar, jugar y contarle cuentos a Bolívar.



A la Negra Hipólita
(Nodriza de Simón Bolívar)

Negra, de tu oscura piel
surgió níveo alimento
para proveer sustento,
aflorando como miel,
a la boca de aquel
apuesto niño Simón.
En su cuna la canción
de la “Gloria al bravo pueblo”
¡Gloria, gloria al bravo pueblo!
De Hipólita la misión.

De Hipólita la misión
guiar los primeros pasos
del niño de contrapasos;
autor de emancipación,
por regia definición.
Logró su cuido y bondad,
disponer al “Gran Jinete”,
el de espada y estilete,
para darnos libertad.

De Hipólita la misión
amparar al indefenso,
con su cariño propenso
para dar liberación
al pobre de la nación.
Ejemplo puro de gracia,
la triste penuria sacia
con gran dignidad y abrigo,
colofón de democracia.

Autor: Ítalo Violo





Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (7) Oscar Collazos

 Oscar Collazos, el escritor de las marginalidades
 
Su última columna en el periódico El Espectador fue una bella y memorable disertación sobre el robo del ejemplar de "Cien Años de Soledad" ocurrido en la pasada Feria del Libro de Bogotá.
Murió este 17 de mayo pero como en las historias de esos seres que traspasan las fronteras del tiempo, su muerte fue anunciada cinco días antes por el periodistas Juan Gossain, quien le dió una despedida anticipada.
Nació en Bahia Solano en el año de 1942 y falleció en la ciudad de Bogotá. 
Una de sus primeras publicaciones "Los días de la paciencia" (1978) constituye un archivo a la memoria de las desventuras del bello puerto de Buenaventura, donde el escritor conoció de cerca el duelo entre la pobreza y la riqueza que a diario habitan este muelle sobre el mar pacífico.

Collazos hace parte de la generación de escritores afrocolombianos de la segunda mitad del siglo XX, cuya obra reseña de forma extraordinaria y aguda la historia de una sociedad afectada por los prejuicios raciales, sociales y de clase. Sus dos últimas novelas "Rencor" y "Tierra Quemada" son sin duda un valioso testimonio de la violencia ocurrida en el caribe colombiano y sus dolorosas consecuencias en la vida de mujeres jóvenes afrocolombianas y de centenares de familias campesinas desterradas por el fuego de los paramilitares durante los años noventa.


Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (6) Teresa de Jesús Martínez de Varela.

La poeta del Atrato

Teresa de Jesús Martínez de Varela. Nació en Quibdó el 1 de julio de 1913 y falleció el 16 de junio de 1998. Maestra normalista, poetisa, institutora folclórica, novelista, musicóloga, dramaturga, declamadora, pintora, escritora, líder social e investigadora, representa la primera figura intelectual de una mujer negra en el Choco de inicios del siglo XX.
En 1983 publicó “Mi Cristo negro” sobre la pena de muerte a Manuel Saturio Valencia. En 1987 aparece la biografía de Diego Luis Córdoba, y en 1992, con el patrocinio del Grupo Niche, “El Papi Gamín”. Como dramaturga ha escrito el “Nueve de abril”, “Las fuerzas armadas” y “La madre fósil", melodrama presentado en Quibdó.


Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (5) Manuel Saturio Valencia Mena

El Fusilamiento del Poeta
 http://www.elpueblo.com.co/elnuevoliberal/el-fusilamiento-del-poeta/

A finales del siglo XIX Manuel Saturio Valencia Mena era en Popayán el primer hombre negro que estudiaba leyes en la Universidad del Cauca. Había nacido el 24 de diciembre de 1867 en una gloriosa Quibdó reconocida por el comercio del oro y por la pobreza de su gente negra. A pesar de las difíciles circunstancias que vivió, Saturio fue un niño que aprendió con los capuchinos el latín y el francés, y fue tan aventajado aprendiz, que recibió apoyo de los religiosos para realizar sus estudios superiores a muchas horas de su natal Chocó.
Valencia regresa a su tierra para ejercer como personero, juez de rentas y ejecuciones fiscales, y juez penal. Según sus biógrafos, fue el primer hombre negro en América en ser nombrado para estas funciones públicas. Estuvo, como muchos jóvenes de su tiempo, en la guerra de los Mil Días, donde obtuvo el grado de capitán en las tropas gobiernistas conservadoras y aprendió sobre política y partidismo.
Poeta del Atrato, Manuel Saturio fue un gran autodidacta, cultivador de la música y los cantos en las escuelas. Es considerado el primer literato negro del Chocó, pero, debido al racismo de la época, muchos de sus escritos quedaron inéditos en el silencio de una sociedad que hasta hacía pocos años había vivido y rentado del comercio de esclavizados.
La historia de Manuel Saturio está llena de eventos dramáticos y dolorosos, y el final de sus días tiene como telón de fondo pasiones de amor y odio racial que terminaron con su fusilamiento hace 108 años.
Valencia enamoró y embarazó a Deyanira Castro, una joven blanca hija de un importante líder liberal. Esta aventura terminó en una tremenda venganza por parte de la familia asaltada en su dignididad de raza y noble apellido. En la madrugada del primero de mayo de 1907 Manuel Saturio, embriagado y sin conciencia de lo que sucedía, fue inculpado del incendio ocurrido en el centro de la ciudad. Su cinturón y una bola de trapo con restos de petróleo fueron la evidencia para incriminarlo por atentar contra la notable sociedad quibdoseña. La Constitución de 1886 condenaba con pena de muerte a los incendiarios. En seis días y cinco noches lo enjuiciaron y lo condenaron. Su delito era ‘imperdonable’, había atentado contra las familias de élite que habitaban la famosa carrera primera, cuyos andenes estaban destinados a la exclusividad genética de la blanquitud.
En este largo siglo que corre desde su fusilamiento, se han escrito novelas, poemas, ensayos, artículos y un guión para teatro que en el año 2011 hizo su solitario debut en la ciudad de Popayán, en el extinto Teatro Bolívar, bajo la dirección de Eugenio Gómez, una treintena de actores y actrices del Chocó y con el nombre de ‘Amangualados’.
Verdad y mito, Manuel Saturio Valencia Mena constituye el ícono de una tradición literaria y oral que merece un lugar de reconocimiento, pues sólo hombres de su talla producen tanto interés literario e histórico sobre los sucesos de su existencia.
Cuatro notables novelas de la mano de tres escritores y una escritora afrocolombiana: ‘La Palizada’, de Miguel A. Caicedo (1952); ‘Memorias del Odio’, de Rogerio Velásquez Murillo (1953); ‘Mi Cristo Negro’, de María Teresa Martínez (1983), y ‘El fusilamiento del diablo’, de Manuel Zapata Olivella (1986). Cientos de ensayos entre los cuales sobresalen: ‘Manuel Saturio Valencia: El hombre’, Miguel A. Caicedo (1992); ‘Héroes y políticos: Quibdó desde 1900’, Peter Wade (1997) y ‘Violencia y Resistencia: una perspectiva de la literatura afrocolombiana’, de Marvín A. Lewis (1987), y ‘A cien años del fusilamiento de Manuel Saturio’, de César E. Rivas Lara (2007), hacen parte de una notable antología que incluye muchas más obras.
Según la tradición oral chocoana, el poeta fusilado nos dejó, en sus versos, razones poderosas para luchar contra el racismo:
“A yo que soy inorante
me precisa preguntá
si el coló blanco es virtú
pa yo mandame blanquiá…

Pregunto al hombre leal
porque saber me precisa
¿si el negro no se bautiza
en la pila bautismal?
Si hay otro má principal
má patras o má palante
má bonita o má brillante
donde bautizan al blanco,
me darán un punto franco
a yo que soy inorante”.




Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (4) Don Benildo Castillo

Yo conversé con la luna y hablé con todos los santos

http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/antropologia/criele/criele27.htm

A la Biblioteca Municipal en el puerto de Buenaventura no le cabía un alma. Era el 11 de junio de 1988 cuando el poeta e investigador Alfredo Vanín, inauguró el Primer Encuentro Literatura Oral del Pacífico, organizado por él mismo.
Decimeros, trovadores y narradores; copleros, contadores de historias y músicos con bombos, guasás, flautas y cununos seguían llegando. Venían de los ríos chocoanos, de los manglares del Cauca, de los esteros de la costa. La intención era reunirse a la orilla del mar de sol a sol y bajo la luna durante tres días y tres noches a cantar y contar.
-Para que nuestros pueblos no pierdan la memoria- decía Vanín a quienes en Cali y en Buenaventura habían indagado por el sentido de su llamado.
Pero en el puerto no cesaba de llover. Había caído agua de día y de noche y seguía diluviando.
-Hoy va a llover
en un día de lluvia
fue el saludo de Janeth Riascos, la gran artista guapireña del canto, la danza y el teatro y quien también acudió al encuentro bajo el aguacero. Al fin y al cabo así es el litoral. Allí, el agua es parte del paisaje y del alma de su gente, tanto como de su poesía y sus fábulas repletas de humedad, de barcos, canoas e increíbles navíos. Como el del decimero Bartolomé Cortés que según él venía bogando desde Limones en el río Guapi con un guía bastante singular:
"¡me embarqué a navegar
en una concha é cangrejo
y sólo embarqué a un caimán
pa que me mostrata el estero
y arrimé a Buenaventura
en esa concha é cangrejo!"
O la nave de otro poeta popular, Catalino Moreno:
"Yo me embarqué
en una concha de almeja
pa rodear el mundo entero
navegando noche y día
en una concha de almeja"

 
Alfredo Vanín, el poeta de las culturas fluviales del encantamiento. Buenaventura 1988. Foto: Greta Friedemann.

Otros decimeros y cuenteros entraban al edificio municipal: Sebastián Montaño, Benildo Castillo, Carlina Andrade, Cristóbal Grueso, María Juana Ángulo y desde luego Marga rita Hurtado, la extraordinaria trovera y decimera nacida en Guapi hace 70 años.
Afuera la lluvia caía incesante. Adentro, en los anaqueles los volúmenes húmedos sentían el acoso de la sabiduría proverbial de la tradición oral que invadía el ambiente. La gente se apretujaba contra las estanterías para escuchar las rondas de relatos, adivinanzas, visiones del cosmos, fórmulas para trasladarse al cielo y hacer descender los santos a la tierra. Pero al comienzo de cada una de las tres noches del encuentro, el habla de los tambores reemplazó la de los narradores. La vibración de bombos y cununos estremecía cualquier polvo de las estanterías y lomos de libros. Era un mar de conocimientos compartido y probablemente ignorado por muchas de las páginas impresas que servían de testigos inusitados del encuentro. Con razón, la letanía de Vanín apenas terminaba cada ronda:
Sea mentira o sea verdad
se abra la tierra
se vuelva a cerrar
que el que lo está oyendo
lo vuelva a contar.
La mística de este analista social impulsaba el evento. No había sido fácil la empresa de movilizar gente, conseguir ayuda monetaria y preparar el escenario para el alud de literatura oral que invadió al puerto durante setenta y dos horas continuas.
Según sus propias palabras, Alfredo Vanín había nacido en "un pueblo donde la vida parece un cuento inventado para matar insomnios eternos". Meses atrás, frente a una audiencia en la Universidad del Cauca, confesó su fascinación de niño con las aguas del Guapi que a causa de la presión de la marea en un momento del día corren hacia el oriente y en otro hacia el occidente. Pasaba horas en las orillas imaginando que durante las pujas un enorme animal se subía por el río. Las quiebras comenzaban apenas volteaba la cola. Con su fuerza descomunal, le cambiaba el rumbo al río. Tenía memorias vivas de su asombro con los relatos de ancianas adorables. Ellas miraban las estrellas durante horas y describían animales y hombres encantados que salían de castillos y bosques debajo del agua. "Sentadas en los pisos de guadua o de nato, con las faldas recogidas, las viejas contaban historias de reyes sin poder y sin gloria, de príncipes transformados en animales insufribles y de pueblos y hechiceros poderosos que cambiaban el espacio y el tiempo terrenal. Convertían la realidad en magia... El ritmo de sus voces prolongaba el deslumbramiento que le producían las misteriosas corrientes cambiantes y encontradas del Guapi".
- ¿Qué magia que todavía persigo, había detrás de esas palabras rumorosas, húmedas de selvas y ríos, con jadeos de fieras, tironeadas por cataclismos bestiales y surgiendo invictas de su propio ahogamiento?, preguntaba Vanín en su prosa poética.
Y a fe que su ansiedad en el encuentro dejaba ver su férrea aspiración de hallar maneras de entender el ser de su gente en esa costa de torrentes y corrientes.
-Es que la imaginación de un pueblo trabaja con los mismos materiales de su historia, pero su proceso y su sentido van por lados diferentes-, explicaba Vanín luchando por penetrar y dilucidar el inconmensurable fenómeno de la creatividad artística en el litoral.
Desde luego que él aludía a los despiadados episodios de la historia de los africanos en Colombia y a la perenne invisibilidad a que sus descendientes han sido sometidos mientras la nación se ha consolidado en regiones, grupos humanos derechos y qué más da. A un mismo tiempo exponía que la articulación del universo de las gentes en el litoral en tales condiciones, sólo había sido posible a través de ¡una cultura del encanta miento!
Un encantamiento definido como una caja de resonancia mágica del ambiente social y físico del litoral, una caja llena de secretos rítmicos y poderes sobrenaturales, a los cuales sólo es posible acercarse mediante personajes espíritus que son dueños de la sabiduría, de la vida feliz o la desgracia...
De modo pues, que yo al fin empezaba a comprender la tesis de Alfredo Vanín: que las realidades patéticas de la sociedad negra de ancestro africano en el litoral se sublimaban en expresiones literarias musicales o religiosas Que estas eran respuestas poéticas a la marginalidad socio-económica constituyendo estrategias de supervivencia, esgrimidas como armas en todas las actividades de la vida.
Por ello el júbilo de los narradores cuando hablaban de sus experiencias con los espíritus. Con la tunda, el riviel, la candela, las sirenas o el buque Maravedí cargado de espíritus y esqueletos endemoniados procedentes de otros mundos que están más allá de las aguas que rodean la tierra. Espíritus a quienes se exorciza con cánticos y conjuros para evitar la enfermedad, el naufragio de la canoa o la muerte lejos de la familia.
De ahí el interés en hablar de otros personajes del mundo celestial abstracto, infinito e ilimitado: de los antepasados míticos y de las almas; de los dioses que arribaron con los europeos esclavistas desde el siglo XVI, detrás de los cuales seguramente se refugiaron las deidades que llegaron con los africanos. Toda esa visión compleja de comunicación entre el mundo celestial y el terrenal que en un momento dado se conjugó en el escenario del encuentro cuando Benildo Castillo, contando en décimas su propia experiencia, interpretó magistralmente la visión del universo de mucha gente allí reunida:
Una vez en un letargo
soñando que estaba muerto
me subí a los elementos
y anduve un rato paseando
Yo conversé con la luna
que se hallaba en su aposento
hablé con todos los muertos
sin dificultad ninguna
Conversé con San Alberto
y la Virgen del Consuelo
llegué a la puerta del cielo
soñando que estaba muerto.
A petición de los asistentes Castillo tuvo que repetir muchas veces más todas las décimas sobre su letargo. Vanin parecía agobiado pese a su gesto impasible. Claramente sus expectativas habían sido desbordadas. Si el poeta estaba abrumado, el resto de asistentes no lo estaba menos. Aun individuos en calidad de observadores, como el estudiante Pastor Murillo. Este, miembro de la organización Cimarrón, debió sentir la urgencia de evocar sus memorias de niño en Andagoya.
Durante la última noche del encuentro, comenzó a circular el rumor de que a la vuelta de la esquina habría arrullo en honor a San Antonio. Entonces, con otros de quienes escuchábamos la ronda de adivinanzas, Pastor abandonó la biblioteca.
-En Andagoya, mi pueblo, también se arrulla a San Antonio, empezó a decir...
-El último día de la novena recuerdo que mi mamá Jovita, que ha sido panadera, amasaba panes en forma de muñecas que luego metía al horno de barro. Cuando estaban bien doraditas las sacaba con una pala de madera. Las muñecas, tan grandes como un niño de un año, las hacía por encargo y el que las pagaba se convertía en padrino o madrina tan pronto las colgaba del techo, encima del altar del santo, junto a las velas. Bien temprano, por ahí a las seis de la mañana cuando se levantaba el altar, cada padrino y madrina agarraba su muñeca canturreando:
María Carcoma
el que te bautice
que te coma
Y ya en sus casas, se comían la muñeca que no duraba...ah, con esas piernas tan doraditas, comentó Pastor.
En el arrullo a San Antonio en la casa cerca a la biblioteca no había muñecas de pan. La sala donde estaba el santo reverberaba de velas y de bombillitos eléctricos, de calor húmedo y de gozo. Alrededor del altar, apretujados por la multitud, los hombres se turnaban el toque de los cununos. El biche saltaba de mano en mano; las cantadoras elevaban sus preces al santo para que descendiera del cielo en la madrugada.
Al salir de la casa donde se arrullaba al santo, y mientras caminaba por las calles desiertas de Buenaventura, acompañada de Alfredo Vanín, Pastor Murillo y una tenue llovizna, el eco de las décimas de Benildo Castillo seguía golpeándome las sienes:
Yo conversé con la luna
hablé con todos los muertos
llegué donde estaba el rayo
el relámpago y el trueno
Conversé con San Alberto
y la virgen del Consuelo
llegué a la puerta del cielo
pensando que estaba muerto
vi la estrella de Venus
y la rosa de los vientos.

Referencias


Castillo 1988; Friedemann 1988a, 1988d; Vanín 1986a, 1986b, 1986c.





Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (3) Amir Smith Córdoba

La presencia negra

Amir Smith Córdoba (1948-2003) es considerado como un pionero de la etapa moderna de la lucha por los derechos civiles y políticos de las comunidades negras en Colombia. Nació en Cértegui, antiguo corregimiento del municipio de Tadó, Chocó, y murió en Bogotá a la temprana edad de 55 años. 
Sociólogo y Periodista, colaborador publicaciones nacionales y extranjeras, su pensamiento ha sido difundido en diferentes medios escritos, marcando siempre el agudo acento de su voz crítica y radical respecto del fenómeno del racismo en Colombia. Fundador y director del Centro de Investigaciones para el Desarrollo de la Cultura Negra en Colombia, creador y director del periódico "Presencia Negra".
Hizo importantes contribuciones al campo de la educaciòn con su insistencia de recuperar la obra de Candelario Obeso en las escuelas de literatura universitarias.

Obras
 
** Cultura Negra y Avasallamiento Cultural: 1980. Centro para la Investigación de la Cultura Negra: Fundación Friedrich Naumann, 116, [7] p. ; 19 cm.
** Vida y Obra de Candelario Obeso y el Negro Robles: 1984. Bogota. Centro para la investigación de la cultura negra
** Vision sociocultural del negro en Colombia / [comp.] Amir Smith Cordoba. Bogota, D.E. : Centro para la Investigacion de la Cultura Negra en Colombia, 1986. F2299.B55V571 1986 Main Smith Córdoba, Amir. 1978.
** “El negro, su historia, su geografía”. En: Magazín dominical. El Espectador. Bogotá. Agosto 20 Smith Córdoba, Amir. 1991.
** “Exclusión y pluralismo racial en Colombia”. En: María del Carmen Casas et al (ed.), Colombia multiétnica y pluricultural. pp. 371-382. Bogotá: Esap.