lunes, 18 de enero de 2016

El vecino de las ballenas


Manuel tiene 10 años y en febrero entra a cursar por segunda vez grado tercero. Vive en Guapi con su abuela materna y su hermana de seis años. Su padre se fue para Cali en el 2012 y no ha vuelto a verlo desde entonces.  
En su escuela tuvo problemas de rendimiento porque no hacía las tareas y la profesora se quejaba porque “hablaba mucho en clase y no se concentraba”. Manuel dice que no entiende, que no le gustan las matemáticas, que lo regañan mucho y que cuando termine grado quinto, se va a trabajar al lado de su hermano mayor que ya tiene plata en el bolsillo.
La maestra del año pasado decía que no hay nadie que vea por el estudio de Manuel, y que él es muy distraído, le gusta molestar y hacer chistes en clase. “La mamá  solo vino una vez a la entrega de boletines, como en marzo y nunca más la volví a ver”, dice y asegura que eso pasa con muchos de sus estudiantes.

A Manuel le gusta mucho el fútbol y  ver los partidos de la liga europea por televisión. Camina 15 minutos entre su escuela y su casa de lunes a viernes. A su regreso, a las doce y media del día, almuerza y luego se hace cargo de su hermanita menor, mientras su abuela Teresa se va a cumplir un turno de aseo en uno de los hoteles a donde llegan semanalmente turistas de todas partes de Colombia y del mundo que vienen a visitar el Parque Nacional Isla Gorgona, uno de los lugares de mayor biodiversidad del planeta.

Durante las tardes Manuel y su hermana ven dibujos animados y  musicales de todo tipo. A las seis y media regresa doña Tere para hacerles la comida y mandarlos acostar después de ver la telenovela de las nueve. Ella les tiene prohibido salir a la calle desde que se pelearon con unos vecinos con quienes jugaban maquinitas y apostaban plata.

La madre de Manuel tiene como 35 años y trabaja de cocinera en un campamento de mineros ubicado a dos horas en lancha. Ella viaja un fin de semana cada quince días a Guapi para ver a sus dos hijos menores, y se devuelve la madrugada del lunes con Yerly, su hija de 14 años, que le ayuda sirviendo comidas y llevando viandas a quienes no alcanzan a ir a comer en el restaurante. Yerly es alta y muy bonita, y Manuel dice que “podría ser una doctora”, porque una vez la maestra de quinto de primaria le dijo que era muy inteligente y podría ir a la universidad. Eso fue antes, cuando la madre no tenía que irse a trabajar tan lejos, y el padre aún vivía con ellos y sembraba comida.  Jhon el hijo mayor de 15 años, trabaja en una mina por los lados de Timbiquí. Viene cada dos meses a la casa, hace remesa, les compra dulces y ropa a sus hermanitos, y les cuenta historias de gente extranjera que se va por los ríos buscando la riqueza del oro. 

Manuel dice que cuando sea grande quiere ser lanchero y andar por el río en su propio motor, llevando y trayendo gente al Charco y a Buenaventura. No conoce ninguno de esos lugares, pero ha oído decir que son muy chéveres y se vende de todo. También le gustaría llevar a los “gringos” que vienen a ver las ballenas y que según un vecino, dan buena propina.

Manuel no conoce la isla Gorgona, que duerme frente a su pueblo natal, ni sus vecinas temporales,  las famosas ballenas jorobadas y sus cantos migratorios. Como un testigo excepcional, escucha los relatos de quienes vienen y van por ese majestuoso río que ha dibujado tantas veces en su cuaderno de geografía, y cuyas aguas le alegran la existencia cuando se sumerge con sus amigos y juegan a que son grandes.

En pocas semanas Manuel regresa a la escuela. Seguramente lo que la vida le ha enseñado en su corta existencia, no se pregunta en las pruebas Saber y tampoco aparece en los textos escolares, pero debiera ser importante para sus maestros.  


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