domingo, 3 de julio de 2022

Don Mario López, nuestra voz de tierra


Hace una semana murió don Mario Tomás López Mapallo. 

En su memoria, estas palabras tejidas el 9 de junio de 2014


El nombre de Mario López está asociado a la hacienda Cóbalo y a la fotografía emblemática que Jorge Silva y su esposa Marta Rodríguez hicieran en el año 1974, cuando un grupo de indígenas-campesinos del resguardo de Coconuco decidió recuperar las tierras que la iglesia les había robado con mañas y engaños propios de su estilo colonial. Se trata de la primera recuperación de tierras que los indígenas del Cauca hiciera en el siglo XX y el anuncio de un acontecimiento que cambiaría el devenir de una clase que otrora ostentara el señorío del viejo Estado del Cauca.  

Han pasado cuarenta años desde cuando se hizo esta fotografía y sin embargo la fuerza que expresan los rostros y los brazos alzados de quienes allí se reunieron pareciera eterna, grabada de modo perenne en blanco y negro. 

Allí estaba don Mario López. En medio de ese montón de adultos, jóvenes y niños que posaban victoriosos con sus machetes izados ante una cámara que dejaría para siempre la marca de su valerosa y justa lucha. 

Don Mario es parte de esa gesta que dio origen al movimiento indígena en Colombia, cuyas batallas devolvieron parte de la dignidad a pueblos que nunca fueron vencidos de modo absoluto, pero que debieron soportar la opresión y la pobreza por su condición cultural y una herencia colonizadora venida de mucho tiempo atrás.

Eran los años setenta del siglo XX, un tiempo de gente rebelde y de rebeliones de gentes en Colombia. Los campesinos organizados en torno a la ANUC iniciaron un capítulo inédito en la historia agraria nacional. Desalambraron haciendas y latifundios en Córdoba, Cesar, Sucre y Magdalena. Se organizaron en Cauca, Nariño y toda la zona andina para hacer congresos que duraban semanas enteras porque la tarea era debatir la “línea políticamente correcta”. La propiedad de la tierra era injusta e infame, la gente moría de hambre produciendo arrobas de algodón y arroz para el mercado. Bajo la consigna “la tierra p`al que la trabaja”, miles de campesinos y campesinas decidieron despedir el feudalismo y los señores feudales de este país. La esperanza de un buen vivir en el campo, se respiraba en los discursos radicales sobre la lucha popular.   

En el sur del país comenzaba la rebelión indígena más importante del siglo XX. Las marcas de Quintín Lame renacían entre las montañas de los andes como un gigante resurgido luego de una larga ausencia. 

Don Mario López conoció desde muy niño el despojo que produce el poder terrateniente, pues su familia hizo parte de esa generación de hombres y mujeres que trabajan toda la vida la tierra para otros y jamás tuvieron nada para ellos ni sus hijos.

Su camino como hombre de luchas políticas lo inició en el Consejo Regional Indígena del Cauca, al lado de su compañera Marleny con quien enfrentó encarcelamientos y persecución por parte de quienes ostentaban la propiedad en territorios que habían sido históricamente resguardos creados para las comunidades indígenas.

Aprendió a leer la Ley 89 de 1890 y a defenderla a punta de machete y asambleas comunitarias. Fue comunero y miembro de Cabildo. Su liderazgo siempre lo ejerció en su comunidad natal, pues él ha preferido quedarse en su terruño que escalar las elevadas cumbres de la representación indígena a nivel departamental o nacional.

Sus hijos han sido parte también de su trasegar político y organizativo que le hace testigo excepcional de las cuatro décadas de existencia del CRIC, cuando la actividad organizativa estaba estigmatizada como “subversiva” y debían reunirse de noche y en forma clandestina a discutir los graves problemas de tenencia de la tierra de los indígenas.

Don Mario como pocos sabe lo que quiere decir “incorizar” las tierras, pues fue protagonista de la reforma agraria más grande que se haya hecho en Colombia, aquella que vino de las propias manos de campesinos e indígenas  entre los años setenta y ochenta, y que puso en clara desventaja a los reformistas del progreso con sus modelos de endeudamiento rural y de proletarización del campesinado. 

Vivió la represión de los ochenta y el encarcelamiento de toda la dirigencia indígena del CRIC. Estuvo presente y activo cuando llegaron los diálogos de paz con el M-19 y el Quintín Lame a principios de los noventa. Animó la campaña para llevar dos indígenas a la Asamblea Nacional Constituyente a finales del siglo XX. Apoyó la primera elección popular de alcaldes en su municipio cuando surgieron los movimientos cívicos y los candidatos indígenas. Como muchos, perdió seres queridos en la guerra y sufrió en carne propia los estragos que esta produce en el mundo familiar.

Don Mario López es un hombre del movimiento y de la comunidad. Su memoria contiene eventos, nombres y recuerdos muy profundos de una larga travesía que ha puesto los derechos de los pueblos indígenas en un lugar distinto al de la época del terraje y la minga para la iglesia. Sabe a quienes olvidaron en las listas de homenajes, pues el siempre ha sido un hombre de la base, un comunero que disciplinadamente ha asistido a los catorce congresos del CRIC para escuchar, opinar y hacer historia con su palabra serena y cuidadosa.

Ahora que hace parte del grupo de los sabios mayores y fundadores del movimiento indígena,   la Universidad del Cauca en este escenario denominado Mingas y Tramas le rinde un merecido homenaje a él, a su difunta compañera y a su descendencia, porque su vida y su legado representan un testimonio noble y ejemplar de compromiso y entrega en la construcción del buen vivir.

Gracias Don Mario por las lecciones de vida que nos ha dado a tantos y tantas, quienes a su lado hemos conocido el valor de la palabra, la tenacidad de la vida en comunidad y la inteligencia de quienes ven en la naturaleza su orígen primordial.

Gracias por esa voz de tierra,  que ha inspirado tantas luchas por la dignidad de los pueblos.




        




  

 


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