domingo, 17 de mayo de 2015

¡Vuelve la pedagogía a dignificar el oficio docente!

El 15 de mayo se “celebra” el día del maestro. Se trata originalmente de una fiesta católica, un sesgo confesional en la manera de reconocer esta noble tarea. Vistos como apóstoles de la educación, el paso siguiente fue pedirles votos de obediencia y pobreza. De allí deriva la vieja representación del maestro como un ser noble pero pobre, importante pero marginal. Una tremenda paradoja que se mantiene en sociedades como la nuestra, donde se reconoce que la educación y, por tanto, la labor pedagógica son fundamentales para lograr un mejor estado de cosas, pero en la práctica solo reciben el castigo de recortes y ajustes permanentes. Reconocimiento sin mejoramiento laboral, he allí la tensión entre el apostolado devoto y el gremio organizado.
El país presenció y apoyó o recriminó, desde distintas orillas, el paro docente que tuvo lugar hace apenas unos días. Han pasado décadas de marchas, huelgas y protestas con un común denominador, el oficio docente se valora pero no se dignifica de modo concreto. Amén de algunas administraciones de ciudades como Bogotá y Medellín, donde existen políticas y programas que apoyan y financian la formación e investigación pedagógica, en el resto del país, las entidades territoriales carecen de recursos para este rubro. Gracias a la ley 715 del 2001, la educación pública quedó sometida a las matemáticas amañadas de la descentralización, según las cuales “los que tienen más educan mejor, y los que tienen menos, educan menos”. Cuatro gobiernos neoliberales y ocho años de una ministra poco empática con el magisterio, sepultaron la pedagogía y la declararon “saber caduco” para concursos en los cuales el maestro pierde y el profesional gana. Esta absurda medida tiró por tierra veinte años de trabajo de colectivos de maestros, escuelas normales, grupos de investigación y facultades de educación empeñadas en hacer del oficio del maestro y de su saber pedagógico, un trascendental proyecto intelectual y un ejemplar Movimiento Pedagógico.
Los maestros y las maestras son las únicas personas que nunca se van de la escuela. Permanecen allí prácticamente toda su vida. Seguramente por esa razón, al resto de los mortales se nos hace tan fácil su oficio educador. Sus formas de enseñar, corregir, castigar, calificar, moralizar, querer y educar a niños, niñas y jóvenes son resultado de su trasegar por las aulas y los patios de recreo. También de su reflexibilidad sobre el oficio cotidiano, su paso por programas de posgrado, redes de investigación, colectivos docentes y proyectos culturales. A pesar de esta verdad en el orden del saber y la práctica pedagógica, la educación pública en Colombia se debate en la vieja tensión entre política y pedagogía, entre tecnócratas y docentes. Unos direccionan desde matrices y patrones de estandarización y ahorro del gasto, y otro-as tramitan la política educativa con sus propias coordenadas de contexto y de realidad pedagógica. En muchas geografías de este país las escuelas y los maestros pertenecen a la tierra del olvido, al realismo trágico del desmonte de la educación como derecho.
Muchos de quienes diseñan políticas educativas, dirigen y asesoran ministerios de educación, escriben los textos escolares que usan los docentes, diseñan las evaluaciones censales escolares, organizan los planes de estudio de las licenciaturas e incluso dirigen y enseñan en las facultades de educación tienen un conocimiento limitado de lo que es la escuela y la pedagogía. Cada vez miro con mayor aterramiento la presencia “extraña” en congresos y eventos de educación, de notables personalidades académicas, que en justicia a la verdad, saben de educación tanto o menos de lo que cualquier persona tiene por su propia biografía escolar. Padecemos una suerte de subalternización epistémica y social en el campo de la educación y la pedagogía. A diferencia de otros campos del saber académico, en el nuestro cualquier profesional venido de áreas cercanas o muy lejanas al debate pedagógico, asume “autoridad intelectual” para hablar sobre educación y dar consejos a maestros y maestras, así no tengan mucha idea del asunto.
La reforma de la primera década del siglo XXI nos dejó muchos ingenieros y profesionales de la salud sin vocación, ni formación pedagógica, pero con estabilidad laboral en el aula. A esto se añade una empobrecida formación política de las nuevas generaciones de docentes, un modelo de “competencias” obsesivo que confunde medios con fines de la educación, y la antigua sombra de la burocratización del oficio. 

Es una historia larga y compleja, con mucha “desesperanza aprendida” e importantes lecciones de vida.
Sin embargo tenemos un motivo para celebrar este 15 de mayo. La Facultad de Educación de la Universidad de Antioquia, una de las mejores universidades públicas del país y el continente, acaba de abrir el primer programa de pregado en Pedagogía. Ahora tendremos un espacio académico con autonomía y autoridad disciplinar para formar a nuevas generaciones de pedagogas y pedagogos que nos ayuden a superar estas décadas de oscurantismo neoliberal y subordinación epistémica, que promovieron la falsa idea que para ser maestro sólo hace falta contar con el dominio de una disciplina específica.
La Universidad de Antioquia y su equipo docente de la Facultad de Educación nos ofrece una esperanza para este primer decenio del siglo XXI, donde prevalece la metáfora “cabeza de ratón o cola de león” para calificar los lugares y escenarios de importancia en la producción de conocimiento académico.
Nuestro oficio, nuestro campo de saber y nuestra condición histórica lo debemos dignificar sin tregua.
!Felicidades a todas y todos!

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