domingo, 17 de mayo de 2015

Herencia, memoria y tributo a la diáspora africana en Colombia (4) Don Benildo Castillo

Yo conversé con la luna y hablé con todos los santos

http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/antropologia/criele/criele27.htm

A la Biblioteca Municipal en el puerto de Buenaventura no le cabía un alma. Era el 11 de junio de 1988 cuando el poeta e investigador Alfredo Vanín, inauguró el Primer Encuentro Literatura Oral del Pacífico, organizado por él mismo.
Decimeros, trovadores y narradores; copleros, contadores de historias y músicos con bombos, guasás, flautas y cununos seguían llegando. Venían de los ríos chocoanos, de los manglares del Cauca, de los esteros de la costa. La intención era reunirse a la orilla del mar de sol a sol y bajo la luna durante tres días y tres noches a cantar y contar.
-Para que nuestros pueblos no pierdan la memoria- decía Vanín a quienes en Cali y en Buenaventura habían indagado por el sentido de su llamado.
Pero en el puerto no cesaba de llover. Había caído agua de día y de noche y seguía diluviando.
-Hoy va a llover
en un día de lluvia
fue el saludo de Janeth Riascos, la gran artista guapireña del canto, la danza y el teatro y quien también acudió al encuentro bajo el aguacero. Al fin y al cabo así es el litoral. Allí, el agua es parte del paisaje y del alma de su gente, tanto como de su poesía y sus fábulas repletas de humedad, de barcos, canoas e increíbles navíos. Como el del decimero Bartolomé Cortés que según él venía bogando desde Limones en el río Guapi con un guía bastante singular:
"¡me embarqué a navegar
en una concha é cangrejo
y sólo embarqué a un caimán
pa que me mostrata el estero
y arrimé a Buenaventura
en esa concha é cangrejo!"
O la nave de otro poeta popular, Catalino Moreno:
"Yo me embarqué
en una concha de almeja
pa rodear el mundo entero
navegando noche y día
en una concha de almeja"

 
Alfredo Vanín, el poeta de las culturas fluviales del encantamiento. Buenaventura 1988. Foto: Greta Friedemann.

Otros decimeros y cuenteros entraban al edificio municipal: Sebastián Montaño, Benildo Castillo, Carlina Andrade, Cristóbal Grueso, María Juana Ángulo y desde luego Marga rita Hurtado, la extraordinaria trovera y decimera nacida en Guapi hace 70 años.
Afuera la lluvia caía incesante. Adentro, en los anaqueles los volúmenes húmedos sentían el acoso de la sabiduría proverbial de la tradición oral que invadía el ambiente. La gente se apretujaba contra las estanterías para escuchar las rondas de relatos, adivinanzas, visiones del cosmos, fórmulas para trasladarse al cielo y hacer descender los santos a la tierra. Pero al comienzo de cada una de las tres noches del encuentro, el habla de los tambores reemplazó la de los narradores. La vibración de bombos y cununos estremecía cualquier polvo de las estanterías y lomos de libros. Era un mar de conocimientos compartido y probablemente ignorado por muchas de las páginas impresas que servían de testigos inusitados del encuentro. Con razón, la letanía de Vanín apenas terminaba cada ronda:
Sea mentira o sea verdad
se abra la tierra
se vuelva a cerrar
que el que lo está oyendo
lo vuelva a contar.
La mística de este analista social impulsaba el evento. No había sido fácil la empresa de movilizar gente, conseguir ayuda monetaria y preparar el escenario para el alud de literatura oral que invadió al puerto durante setenta y dos horas continuas.
Según sus propias palabras, Alfredo Vanín había nacido en "un pueblo donde la vida parece un cuento inventado para matar insomnios eternos". Meses atrás, frente a una audiencia en la Universidad del Cauca, confesó su fascinación de niño con las aguas del Guapi que a causa de la presión de la marea en un momento del día corren hacia el oriente y en otro hacia el occidente. Pasaba horas en las orillas imaginando que durante las pujas un enorme animal se subía por el río. Las quiebras comenzaban apenas volteaba la cola. Con su fuerza descomunal, le cambiaba el rumbo al río. Tenía memorias vivas de su asombro con los relatos de ancianas adorables. Ellas miraban las estrellas durante horas y describían animales y hombres encantados que salían de castillos y bosques debajo del agua. "Sentadas en los pisos de guadua o de nato, con las faldas recogidas, las viejas contaban historias de reyes sin poder y sin gloria, de príncipes transformados en animales insufribles y de pueblos y hechiceros poderosos que cambiaban el espacio y el tiempo terrenal. Convertían la realidad en magia... El ritmo de sus voces prolongaba el deslumbramiento que le producían las misteriosas corrientes cambiantes y encontradas del Guapi".
- ¿Qué magia que todavía persigo, había detrás de esas palabras rumorosas, húmedas de selvas y ríos, con jadeos de fieras, tironeadas por cataclismos bestiales y surgiendo invictas de su propio ahogamiento?, preguntaba Vanín en su prosa poética.
Y a fe que su ansiedad en el encuentro dejaba ver su férrea aspiración de hallar maneras de entender el ser de su gente en esa costa de torrentes y corrientes.
-Es que la imaginación de un pueblo trabaja con los mismos materiales de su historia, pero su proceso y su sentido van por lados diferentes-, explicaba Vanín luchando por penetrar y dilucidar el inconmensurable fenómeno de la creatividad artística en el litoral.
Desde luego que él aludía a los despiadados episodios de la historia de los africanos en Colombia y a la perenne invisibilidad a que sus descendientes han sido sometidos mientras la nación se ha consolidado en regiones, grupos humanos derechos y qué más da. A un mismo tiempo exponía que la articulación del universo de las gentes en el litoral en tales condiciones, sólo había sido posible a través de ¡una cultura del encanta miento!
Un encantamiento definido como una caja de resonancia mágica del ambiente social y físico del litoral, una caja llena de secretos rítmicos y poderes sobrenaturales, a los cuales sólo es posible acercarse mediante personajes espíritus que son dueños de la sabiduría, de la vida feliz o la desgracia...
De modo pues, que yo al fin empezaba a comprender la tesis de Alfredo Vanín: que las realidades patéticas de la sociedad negra de ancestro africano en el litoral se sublimaban en expresiones literarias musicales o religiosas Que estas eran respuestas poéticas a la marginalidad socio-económica constituyendo estrategias de supervivencia, esgrimidas como armas en todas las actividades de la vida.
Por ello el júbilo de los narradores cuando hablaban de sus experiencias con los espíritus. Con la tunda, el riviel, la candela, las sirenas o el buque Maravedí cargado de espíritus y esqueletos endemoniados procedentes de otros mundos que están más allá de las aguas que rodean la tierra. Espíritus a quienes se exorciza con cánticos y conjuros para evitar la enfermedad, el naufragio de la canoa o la muerte lejos de la familia.
De ahí el interés en hablar de otros personajes del mundo celestial abstracto, infinito e ilimitado: de los antepasados míticos y de las almas; de los dioses que arribaron con los europeos esclavistas desde el siglo XVI, detrás de los cuales seguramente se refugiaron las deidades que llegaron con los africanos. Toda esa visión compleja de comunicación entre el mundo celestial y el terrenal que en un momento dado se conjugó en el escenario del encuentro cuando Benildo Castillo, contando en décimas su propia experiencia, interpretó magistralmente la visión del universo de mucha gente allí reunida:
Una vez en un letargo
soñando que estaba muerto
me subí a los elementos
y anduve un rato paseando
Yo conversé con la luna
que se hallaba en su aposento
hablé con todos los muertos
sin dificultad ninguna
Conversé con San Alberto
y la Virgen del Consuelo
llegué a la puerta del cielo
soñando que estaba muerto.
A petición de los asistentes Castillo tuvo que repetir muchas veces más todas las décimas sobre su letargo. Vanin parecía agobiado pese a su gesto impasible. Claramente sus expectativas habían sido desbordadas. Si el poeta estaba abrumado, el resto de asistentes no lo estaba menos. Aun individuos en calidad de observadores, como el estudiante Pastor Murillo. Este, miembro de la organización Cimarrón, debió sentir la urgencia de evocar sus memorias de niño en Andagoya.
Durante la última noche del encuentro, comenzó a circular el rumor de que a la vuelta de la esquina habría arrullo en honor a San Antonio. Entonces, con otros de quienes escuchábamos la ronda de adivinanzas, Pastor abandonó la biblioteca.
-En Andagoya, mi pueblo, también se arrulla a San Antonio, empezó a decir...
-El último día de la novena recuerdo que mi mamá Jovita, que ha sido panadera, amasaba panes en forma de muñecas que luego metía al horno de barro. Cuando estaban bien doraditas las sacaba con una pala de madera. Las muñecas, tan grandes como un niño de un año, las hacía por encargo y el que las pagaba se convertía en padrino o madrina tan pronto las colgaba del techo, encima del altar del santo, junto a las velas. Bien temprano, por ahí a las seis de la mañana cuando se levantaba el altar, cada padrino y madrina agarraba su muñeca canturreando:
María Carcoma
el que te bautice
que te coma
Y ya en sus casas, se comían la muñeca que no duraba...ah, con esas piernas tan doraditas, comentó Pastor.
En el arrullo a San Antonio en la casa cerca a la biblioteca no había muñecas de pan. La sala donde estaba el santo reverberaba de velas y de bombillitos eléctricos, de calor húmedo y de gozo. Alrededor del altar, apretujados por la multitud, los hombres se turnaban el toque de los cununos. El biche saltaba de mano en mano; las cantadoras elevaban sus preces al santo para que descendiera del cielo en la madrugada.
Al salir de la casa donde se arrullaba al santo, y mientras caminaba por las calles desiertas de Buenaventura, acompañada de Alfredo Vanín, Pastor Murillo y una tenue llovizna, el eco de las décimas de Benildo Castillo seguía golpeándome las sienes:
Yo conversé con la luna
hablé con todos los muertos
llegué donde estaba el rayo
el relámpago y el trueno
Conversé con San Alberto
y la virgen del Consuelo
llegué a la puerta del cielo
pensando que estaba muerto
vi la estrella de Venus
y la rosa de los vientos.

Referencias


Castillo 1988; Friedemann 1988a, 1988d; Vanín 1986a, 1986b, 1986c.





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